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¿Sociedad del conocimiento en México?: algunas implicaciones
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 175, pp.5 [2006-05-04]
 

Hacíamos referencia en la entrega anterior (16/04/2006) al documento de la UNESCO Hacia las sociedades del conocimiento en el que se analizaban diversos aspectos de los desafíos y requerimientos para establecerlas, en contextos caracterizados por la diversidad cultural y lingüística. Siguiendo con el mismo tema, en esta ocasión nos referiremos a un artículo del filósofo León Olivé publicado en el número 136 (octubre-diciembre de 2005; pp. 49-63) de la Revista de la Educación Superior, editada por la ANUIES. El trabajo se titula "La cultura científica y tecnológica en el tránsito a la sociedad del conocimiento", y en él se examinan las posibilidades de encauzar a nuestro país hacia una "sociedad del conocimiento". Según Olivé, para ello sería necesario el desarrollo de una cultura científico-tecnológica mediante la educación formal e informal. Asimismo, con base en los conceptos de "cultura tecnológica incorporada" y "cultura tecnológica no incorporada", el autor pasa revista a una serie de elementos que sería indispensable considerar en el diseño y evaluación -dentro de nuestra diversidad cultural- de las políticas que habrían de fomentar la cultura científica y tecnológica, y permitieran el tránsito hacia la sociedad del conocimiento.

En su conceptualización del multicitado tipo de "nueva" sociedad, León Olivé señala que en ella, "como nunca antes, los conocimientos -principalmente los científicos y tecnológicos-, incorporados en las prácticas sociales y colectivas, y almacenados en diferentes medios, especialmente los informáticos, se han vuelto fuentes de riqueza y poder" (p. 50). De esta manera, a diferencia de lo que por muchos años ocurrió, ya no todo el conocimiento es susceptible de apropiación pública, sino que una parte considerable de él es objeto de operaciones de compra y venta entre particulares. En otras palabras, dentro de las sociedades en cuestión imperan los mercados del conocimiento. Advierte, sin embargo que si bien este último puede ser incorporado a objetos, procesos y prácticas, y ser una especie de mercancía, no siempre ocurre así. Sobre todo en casos semejantes a los relacionados con el cuidado, preservación o restauración del medio ambiente. Precisa el autor que son principalmente los conocimientos incorporados en los sistemas tecnológicos y sus resultados los que adquieren mayor valor en el mercado, aunque el conocimiento también puede ser valioso por otras razones, como las estéticas, éticas, históricas, sociales o culturales. De este modo, Olivé considera que sería erróneo considerar que el tránsito hacia la deseada sociedad del conocimiento sólo significa orientar las prácticas y las instituciones humanas hacia la generación de conocimientos con valor comercial: "lo importante es que el conocimiento sea valorado por los diferentes grupos sociales en función de sus intereses" (p. 52).

En el contexto de la diversidad cultural que caracteriza a nuestro país y que ha sido reconocida apenas en los últimos años, el autor se cuestiona si es compatible la idea de transitar hacia una sociedad del conocimiento y, al mismo tiempo, mantener los valores de un proyecto nacional que tome en cuenta los diferentes pueblos y culturas que conviven en el país, y que se desarrolle de manera plenamente democrática. El asunto no es nada fácil, pues se requiere encontrar la normatividad, los valores y los fines que sean legítimamente aceptados por todos y que puedan incorporarse a un proyecto nacional, "así como las formas institucionales, legislativas, económicas, políticas, educativas y culturales que permitirían la realización del proyecto nacional al mismo tiempo que los diferentes proyectos regionales y específicos de los pueblos que forman parte de la nación mexicana" (p. 54).

Sintetizando la serie de problemas que sería necesario resolver para aspirar a convertirnos en una sociedad del conocimiento, el autor incluye los que se derivan de la globalización, específicamente los relacionados con la tendencia hacia la homogeneidad cultural, pero también las que se refieren a lo apuntado anteriormente, es decir, las transformaciones institucionales, legislativas y de políticas públicas en materia educativa, económica, cultural, científica y tecnológica. Asimismo, los cambios requeridos en las actitudes de los integrantes de distintos sectores sociales, desde las comunidades científicas y tecnológicas tradicionales, pasando por los empresarios, políticos y representantes de los pueblos que componen la Nación mexicana, y de los ciudadanos en general. Se requiere también establecer sistemas de innovación en los niveles regional y nacional para poder así insertarse en los sistemas internacionales de innovación en condiciones ventajosas. Pero además de los anteriores, el autor subraya otros dos, que considera de mayor envergadura. El primero de ellos es la inercia del autoritarismo y la escasa participación ciudadana en la toma de decisiones. El segundo es la aguda desigualdad que caracteriza a la sociedad mexicana.

Por último, advierte que el tránsito deseado sólo será posible si se da un fuerte impulso a la ciencia y la tecnología, entendida en su sentido más amplio, que incluye a las ciencias sociales, naturales y exactas, así como a las humanidades y las artes. Asimismo, será necesario estimular y fortalecer la capacidad de los diferentes pueblos y grupos sociales para generar conocimientos y beneficiarse de dicha generación. Para el autor, el concepto de ciencia no deberá reducirse al conocimiento científico, ni la tecnología a la técnica y los artefactos. Los temas tratados por León Olivé en el artículo que aquí se ha comentado revisten una importancia crucial para los planteamientos que en materia de política científica y tecnológica habrán de plantear las distintas plataformas que pugnan por alcanzar el poder político en las elecciones presidenciales del 2 de julio. Pero también sus implicaciones alcanzan el ámbito de la política educativa y cultural, puesto que, como lo han demostrado no sólo los organismos internacionales y los especialistas sino los pueblos que han tenido éxito en ese propósito, el tránsito hacia una sociedad del conocimiento requiere de la participación activa de todos los sectores que componen una nación determinada.


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