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La crisis de la globalización: ¿Qué hacer con la universidad?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 691, pp. 6 [2017-02-02]
 

Los últimos acontecimientos en el país han tenido como telón de fondo lo ocurrido con las relaciones de México y EU. Se ha levantado una polémica acerca de lo que pasó, de lo que está pasando y acerca del futuro incierto que nos espera como sociedad. Las cosas van más allá de la simple trabazón política entre los grupos de poder en ambos países, por sus posibles repercusiones sociológicas e institucionales.

Hacia finales del Siglo XX estábamos convencidos de que el mundo se había convertido en una aldea global, que la globalización era un proceso irreversible. Que tal proceso estaba ligado al aparecimiento de la sociedad red, de la sociedad de la información, del conocimiento, del riesgo, del consumo. Las nociones de globalización y sociedad del conocimiento ganaron fuerza gracias a los avances científicos y tecnológicos. En un corto tiempo hubo un crecimiento impresionante de las tecnologías de la información y la comunicación que facilitaron la fluidez y circulación del capital, asentando con firmeza el libre comercio y el predominio del mercado.

Estructuralmente, quedó en funciones un sistema centro-periferia donde los países avanzados ganaron predominancia sobre los países periféricos, sujetados, estos últimos, por fuertes lazos de dependencia y sumisión. Políticamente, se instalaron nuevos mecanismos para que las élites que comandan la economía y la política en los países centrales tomaran decisiones que afectan a todo el sistema mundo. También, se restringieron las funciones del Estado, se dio paso a la privatización y se creó un nuevo espacio social, el tercer entorno, donde las tics coadyuvaron a transformar las relaciones sociales y culturales.

A raíz de la crisis del 2008-9, la primavera árabe, el Brexit y la llegada de un presidente proteccionista en la Unión Americana, se produjo un cambio sustancial en el panorama, con diferentes apreciaciones. En una postura se han ubicado quienes consideran que el sistema mundo, que sustenta la globalización, está en crisis. La economía se encuentra en un “estancamiento secular”. Las grandes corporaciones, el Estado y los organismos de las cúpulas internacionales no han sabido cómo darle una nueva forma a la economía, alinear las instituciones y la sociedad civil.

La pregunta es si la economía global puede ser controlada o sí se ha llegado a una situación tal que anuncia “el fin de lo social”, de los valores que la democracia no consiguió consolidar (Touraine, 2016). Si logra triunfar el proteccionismo norteamericano, en países como el nuestro, tendrá que idearse un nuevo curso del desarrollo, pensar y luchar por un nuevo modelo de sociedad.

La otra postura sostiene que hay que defender el libre mercado y que se pueden tomar medidas y hacer ajustes, toda vez que hay resistencias a la desintegración de los tratados comerciales y cuestiones estructurales que limitan el poder del nuevo proteccionismo. Se aconseja forjar nuevas alianzas en el campo internacional para tener mejores condiciones políticas de influir en el establecimiento de nuevas reglas en el orden mundial.

La posible confrontación de paradigmas nos toma en un punto en el que se cuestiona la existencia de la universidad que vivimos en el Siglo XX, como centro de reflexión, conocimiento científico y pensamiento crítico. La globalización, desde luego, afectó al conjunto de instituciones educativas, particularmente a las universidades. Se buscó trazar un modelo de universidad mediante la mercantilización de los servicios educativos.

Había que darle jaque al modelo de universidad pública. Se ejecutaron políticas para debilitarla, para restarle su carácter de productora de bienes públicos. Se restringieron los presupuestos, y con ello se limitó la autonomía y el ejercicio de una conciencia crítica. La universidad tendría un nuevo tipo de académicos, sin más plazas de tiempo exclusivo. El trabajo académico debería ser flexible. Los estudiantes vistos como consumidores. La investigación orientada, primordialmente, a resolver problemas concretos.

La globalización trajo la idea de universidad de clase mundial, fundó el mercado académico global, privatizó los servicios educativos, instauró la gestión empresarial, diversificó las instituciones productoras de conocimiento, impulso la educación a distancia y promovió cambios en las identidades.

Además, impulsó la competencia, se crearon toda suerte de instrumentos para evaluar, que terminaron por debilitar a las instituciones, y aparecieron los rankings internacionales al servicio del mercado académico mundial. Los rankings sirvieron para establecer la hegemonía de la americanización universitaria sobre los demás tipos de instituciones universitarias existentes.

Ante lo que aparece como una fuerte crisis del sistema económico, de la globalización como proyecto político-ideológico, y de los valores y derechos ciudadanos, y dado el papel que juegan las universidades para el desarrollo, ¿qué podemos hacer? Por lo pronto, abrir el diálogo sobre cómo mejorar la universidad. Las universidades, al menos, deben comprometerse a dar respuestas a los grandes problemas nacionales y, prioritariamente, a los de su entorno, fortalecer la investigación, acercarse a la sociedad civil para hacer proyectos conjuntos de desarrollo, y crear y trasmitir valores que reafirmen los derechos ciudadanos. Sólo para empezar.


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