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La UNAM: ¿Qué hacer con los académicos?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 178 [2006-05-25]
 

En mi colaboración anterior traté el tema de la renovación y el retiro de los académicos en la UNAM. Sostuve que estas dos cuestiones van de la mano y que el proceso que las vincula es absolutamente trascendente para la vida académica. Entre otras razones porque involucra cuestiones de fondo que es necesario tener en cuenta para aumentar las posibilidades de futuro que puedan brindarse a las nuevas generaciones de profesores e investigadores.

En la UNAM estamos ante la perspectiva de un parte aguas histórico. Y lo primero que necesitamos es darnos cuenta y reflexionar sobre esta coyuntura con el propósito de gestar un proyecto político universitario para el largo plazo.

En otro artículo publicado en Campus (174) dije que el total del personal académico de la UNAM no se ha mantenido invariable. El volumen se modifica, entre otras razones, porque el número de profesores de asignatura cambia de un período lectivo a otro. Pero di una cifra que indica que en los últimos veinte años hubo un aumento de más de cuatro mil personas en la plantilla. Los aumentos se han dado en todas las categorías y en todas las dependencias.

Una transformación mayor es que el personal de carrera pasó de un 17.8% del total en 1984 a un 34,8% en 2005. Este cambio se vincula en buena medida al aumento de los profesores de carrera que pasaron en el mismo lapso del 7.2% al 16.4% en el total de los académicos. Ha sido en la docencia donde la UNAM ha puesto más énfasis en consolidar su planta.

El crecimiento de los académicos de carrera ha mitigado, en cierta forma, el envejecimiento, que a la fecha es notorio. En 1984, el 4.3% del total de los académicos tenía 60 ó más años de edad. La proporción aumentó al 8.9% en el 2004. Este tramo de edad lo alcanza el 29.3% de los profesores titulares y el 21.2% de los investigadores titulares.

En el personal de la Coordinación de Humanidades hay una mayor representación de quienes rebasan los 60 años de edad (18.9%) seguidos por los de la Nacional Preparatoria (14.5%) y los de las Facultades y Escuelas (13.8%).

El aumento de la edad ha sido correlativo al aumento de la antigüedad. En 1987 el 5.4% de todos los académicos tenía 24 años o más de trabajar en la UNAM. La proporción se eleva al 22.8% en el 2004.

Hace casi tres años habíamos llamado la atención, otra vez, al hecho de que los académicos se volvían cada vez más viejos y acumulaban antigüedad. Asimismo, a la falta de reemplazo porque la incorporación de los más jóvenes no terminaba por sustituir a los más viejos que tienen que prolongar su vida laboral por una serie de motivos, principalmente económicos. Vivimos en una estructura casi tapada, por así decir.

Esta situación altera por completo la vida académica de la institución. Por ejemplo, hemos llegado al punto de un aumento permanente de titulares. La proporción ahora es de 53.6 entre los profesores de carrera y 68.1 entre los investigadores. Relativamente, cada vez hay menos académicos de carrera que se estén formando; y eso significa ganar en experiencia y ganar menos en innovación.

He mencionado en otro artículo, y ahora lo reitero, que las reglas que se han impuesto al devenir institucional desde la política educativa no permiten airear la academia con el reemplazo generacional. Trastocan, además, la estructura de la división del trabajo por categorías y niveles, el desarrollo de los campos de conocimiento y las relaciones en la comunidad. Debilitan el ethos de la academia.

Se observa que la permanencia de quienes ya cumplen con los requisitos para jubilarse puede agravar la situación por la que atraviesa la vida académica. Considero que estamos en un momento en que el problema es todavía manejable pues hasta el 2004, que es el dato que existe publicado, el 8.4% del total de la planta alcanzaba 24 años o más de antigüedad y tenía 60 años o más de edad. Se supone que la mayor parte de este último porcentaje está compuesto por profesores de carrera e investigadores.

Sería bueno que se reflexionara sistemáticamente sobre el problema. Requerimos formular acciones dirigidas a que los académicos tengan un retiro digno, a que en su retiro sigan teniendo lazos y una pertenencia simbólica con la institución, así como condiciones de cubrir sus necesidades de salud. Igualmente, a plantear cómo vamos a revitalizar la academia, qué tipo de académicos vamos a necesitar en los próximos años y cómo vamos a ordenar su división laboral y sus actividades académicas, tal que los cambios por el retiro y la renovación sean, efectivamente, impulso y soporte de una nueva institucionalidad y nuevos modos de producción del conocimiento.


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