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Estructura y cambio social: en torno al movimiento de los jóvenes de 2014
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 584 [2014-11-13]
 

El propósito de este trabajo es contribuir a la discusión de lo que nos está pasando como sociedad. En este ensayo hago un análisis de las condiciones estructurales de la sociedad mexicana que están detrás de la inconformidad, indignación y el movimiento de los jóvenes. Se presenta el contexto estructural en el que ocurre la problemática, se asocian distintos niveles de la realidad social y se formulan algunas ideas para entender la situación de crisis y sugerir vías posibles de cambio. México es un país de pobres. De acuerdo con la CEPAL 14.5 por ciento de la población se encuentra en condiciones de indigencia, el 31.6 por ciento vive en la pobreza o son altamente vulnerables a la pobreza y 20.2 por ciento son vulnerables a la pobreza. En el país, 45 por ciento de la población entre 12 y 29 años, los jóvenes, está en situación de pobreza, esto es, no tienen acceso a los factores mínimos de bienestar. En contraste, sólo 1 de cada 3 mexicanos no es pobre. Vivimos en un país en el que un pequeño grupo (206 mil personas) concentra inversiones en el mercado accionario equivalentes a 42 por ciento de la riqueza nacional.

Visto de otra manera, los cambios en la participación porcentual en el ingreso total en los últimos cinco lustros registran que el 10 por ciento más rico del país alcanza a quedarse con casi dos quintas partes, mientras que el 10 por ciento más pobre se ha mantenido con apenas el 1.6 por ciento. Las distancias son enormes y los coeficientes de gini así lo indican, en una serie que va de 1984 a 2010 (Cortés 2013).

México está ubicado en pleno siglo XXI entre los 20 países más desiguales en el mundo. Y no es para menos. Hemos sufrido una sucesión de cinco crisis económicas, del 82 al 2008. El país tiene el ingreso per capita más bajo entre los países de la ocde. la productividad es muy baja, pero a causa de la falta de una política económica integral, del bajo nivel de la inversión pública, y de que no hay política industrial, ni créditos suficientes. Ros y Moreno, en su multicitado libro (2010), concluyen que México ha tenido un crecimiento promedio en los últimos tres decenios cercano al 2 por ciento. Insuficiente es la calificación a los encargados de conducir el país.

Buena parte de lo que es hoy la sociedad mexicana proviene de una historia en la que se ha fracturado el sistema productivo, manteniendo pobre a un país de pobres. La entrada a la globalización, al predominio del mercado, al desarrollo fincado en las exportaciones, nos ha llevado a una situación que puede describirse por el dualismo estructural, señalado por los científicos sociales desde los años 60 del siglo pasado.

En el sector primario, coexiste un área orientada a la exportación que ha recibido inversiones y ha mejorado su tecnología para incrementar la productividad frente a un área de agricultura tradicional de subsistencia que produce sobre la base de métodos extensivos. En materia agrícola nos convertimos en un país que importa alimentos básicos, cuando hace tiempo éramos un país que captaba una buena parte de sus divisas provenientes de las exportaciones agrícolas.

En la industria, se encuentran ramas del sector dominadas por empresas y conglomerados transnacionales. Así, nos hemos transformado en uno de los principales exportadores de vehículos automotores, de productos de bienes de consumo intermedio, a través de empresas y corporaciones que ensamblan y utilizan tecnologías de las más avanzadas en sus procesos productivos, que reciben altos dividendos, que en parte se obtienen por los bajos costos de la mano de obra que emplean. Empresas de gran tamaño a las que se agregan las maquiladoras en las ramas textiles y las productoras de energía.

En el sector secundario coexisten este tipo de fábricas con pequeñas y medianas empresas industriales, que están desintegradas, con muy pocos procesos de innovación y muy escasa competitividad. Las PYMES funcionan en una realidad bien distinta, porque ni acceden a los mercados globales ni tienen un mercado interno dinámico que consuma sus productos. Pero ciertamente, son las que aportan más puestos al mercado formal del empleo en el sector. En los últimos tiempos, el país no ha tenido una política industrial orientada a crecer hacia adentro y fortalecer al mercado interno. En los servicios, las ramas ligadas al sector financiero emplean trabajadores profesionalmente calificados y pagan sueldos, salarios y prestaciones bastante elevados en comparación con los de otras ramas económicas. Esta área de los servicios contrasta con otras actividades del terciario en las que trabajan personas poco calificadas en empleos de baja remuneración.

La situación de la economía se aprecia bien cuando se mira al mercado laboral. entonces, se encuentra otra dicotomía: la del trabajo formal versus el trabajo informal. Cerca de dos tercios de la población trabajadora se encuentra en este último segmento, no tiene seguridad social y reciben ingresos sustancialmente inferiores a los que reciben los trabajadores formales. Los informales son comerciantes ambulantes, tienen negocios de alimentos en las calles, hacen trabajo doméstico, pero también incluyen a trabajadores del campo sin tierra o trabajadores en empresas que no los inscriben en los organismos de seguridad social.

Los informales son personas que realizan un trabajo considerado marginal por quienes dirigen las franjas de la actividad que constituyen el núcleo que impulsa la economía; son trabajadores que difícilmente reciben créditos para inversión productiva o para el establecimiento de pequeñas empresas formales, a pesar de que el gobierno haga programas con estos fines.

La estructura social está polarizada y la movilidad social ascendente es muy escasa. Un buen indicador de cómo funciona la estructura social bajo este molde económico, se aprecia en las relaciones educación-trabajo. Los profesionistas, en general, en épocas de desaceleración de la economía y de contracción del mercado laboral, se enfrentan a un elevado credencialismo y a un alto índice de desempleo. Quienes son profesionistas no reciben altas remuneraciones, como lo muestra el observatorio laboral.

Estas tendencias se están dando en casi todas partes con el nuevo capitalismo. Lo cual no es consuelo, y menos porque la agudeza de las tendencias en el país es específicamente marcada. No es un fenómeno de sobreeducación, como piensan algunos, sino de contracción del mercado laboral, que no provee suficientes puestos de trabajo para los egresados de las universidades. Cerca de una tercera parte de los desocupados son profesionistas y dos quintas partes de ellos son jóvenes que tienen enseñanza media superior o licenciatura. De los jóvenes que se forman en el extranjero muchos no regresan al país y otros con alta escolaridad se han unido al flujo migratorio de los jóvenes pobres que abandonan el campo para irse a los países del norte.

En México, la tasa de desocupación de los jóvenes (9.4 en 2013) de 15 a 29 años ha sido, aproximadamente, del doble de la tasa general. Los jóvenes desempleados son un grupo numeroso entre la población desocupada. Este grupo muestra la persistencia del problema, que es severo porque, además, una buena porción de los que trabajan se ocupan en empleos temporales, de baja calidad y bajo ingreso, con alta rotación. El impacto de los desajustes entre la educación y el mercado laboral, la incertidumbre y el maltrato a los jóvenes van a tener efectos de largo plazo, lo cual dibuja un panorama poco halagüeño para nuestra sociedad.

En México, los jóvenes siguen pensando que la educación es un medio importante para encontrar un buen empleo, pero que en estos tiempos no es suficiente. a las universidades las califican de manera positiva, a pesar de que la distribución de oportunidades para ingresar en ellas es baja, particularmente para los sectores sociales de menores ingresos. Se dan cuenta que el mercado se ha encargado de devaluar la educación universitaria. También, consideran que, cuando no hay buenas oportunidades de trabajo para ellos, es fundamental tener buenos contactos personales que ayuden a ingresar al mercado laboral. Los jóvenes no ven que el país vaya a estar mejor que ahora, están preocupados por la ecología, sienten desconfianza y han perdido la credibilidad en la mayor parte de las instituciones sociales. No lo dicen más fuerte porque les hacen falta espacios para expresarse.

En suma, la fenomenología del país, actualmente, está en el contexto de una economía con tendencias a una concentración permanente del ingreso, sin visos de un funcionamiento integral, sin políticas razonables de consenso, que estimulen la generación de empleos estables, con una paga suficiente para tener calidad de vida. A ello se añade un acceso desigual a las oportunidades educativas en el nivel superior y la reproducción de las desigualdades sociales en una sociedad mayormente de pobres o marginales dispensables por los grupos hegemónicos. Estos rasgos estructurales se acompañan por un entorno de violencia, de corrupción e impunidad y una clase política que se ha enquistado en los aparatos y poderes del Estado.

Para decir lo menos, hay un coctel explosivo. Vivimos en un medio institucional diseñado para enriquecer y darles poder a unos cuantos a expensas de una vasta mayoría en la sociedad. En estas circunstancias, tarde o temprano aparecen inconformes que pugnan por un cambio. La experiencia en otros países es que los inconformes e indignados se nutren de jóvenes educados con incertidumbre de futuro y de jóvenes pobres que no sienten tener un lugar en la sociedad.

En el país, los jóvenes y los estudiantes universitarios se han estado movilizando. Sus respuestas a la situación prevaleciente son fundamentales, porque introducen con sus consignas y discursos cuestiones culturales y subjetivas que relacionan con la dinámica estructural. Aparecen imágenes, símbolos y representaciones que apuntan causas reales de las tensiones sociales. Los jóvenes mexicanos se muestran inconformes y han declarado, en todas las encuestas dirigidas a captar sus valores y perspectivas, que no creen ni se interesan en la política, no creen en los partidos, en los legisladores y en los funcionarios públicos que se enriquecen con el dinero público. Ven la televisión, pero han observado lo tanto que se les miente en ella.

Las actitudes, valores y expectativas de los jóvenes y de los universitarios no salen de la nada. La subjetivación que estamos presenciando ahora se comenzó a manifestar con fuerza hace poco tiempo (en el 2012) cuando decidieron ir contra el manejo faccioso de los medios de comunicación. La experiencia les ha permitido percibir que la lucha se da en condiciones de desigualdad frente al poder, lo que hace indispensable que busquen ganar legitimidad por la vía de las reivindicaciones y exigencias de cambio, y por la vía de extender y ganar adeptos para su movimiento, por lo pronto en las instituciones educativas del país.

La primera demanda ha sido encontrar con vida a los jóvenes de Ayotzinapa. Hoy se sabe que están muertos. Otros jóvenes guerrerenses forman parte de una entidad donde 7 de cada 10 jóvenes, aproximadamente, se encuentran en pobreza multidimensional (CONEVAL). La desaparición y asesinato de los jóvenes es resultado de la pobreza, de la violencia, del mal funcionamiento del sistema político y judicial. Declararlos muertos provocará más indignación, mantendrá la duda sobre las instituciones, hará evidente la impunidad política, y posiblemente dará lugar a que varios grupos de jóvenes, en principio, sientan una mayor necesidad de reivindicar y manifestar sus inconformidades con lo establecido. Sentir miedo de desaparecer o morir ocasiona rebeliones. Seguramente, solidaridad de diversos sectores sociales y reflexiones sobre la necesidad de pasar a acciones que reconstruyan el tejido social y acaben con la violencia cotidiana.

El caso de los desaparecidos no se acaba con la declaración de que desaparecieron para siempre. Todo lo contrario. El problema está ahí mezclado con las demandas de cambio institucional de los estudiantes. Ambos procesos pueden nutrir el movimiento, que ahora ya tiene condiciones objetivas y subjetivas para ampliarse y, tal vez, para mostrar la necesidad de un cambio en el modelo de desarrollo dándole fuerza política al diálogo.

Otras demandas van a venir cargadas de exigencias para el sistema educativo, con motivo de sus deficiencias, señaladas una y otra vez en la literatura académica, con sus debidas soluciones. Sería deseable que las autoridades escuchen de los estudiantes que es imprescindible atender a las instituciones menos desarrolladas académicamente, aumentar la cobertura, renovar la docencia ante la presencia de las tics y poner en marcha un sistema de evaluación desvinculado del dinero, que no impida que los profesores de carrera dediquen más tiempo a sus alumnos.

En lo que toca a los estudiantes, en estos días aprendieron que la vulnerabilidad atraviesa a toda la sociedad, incluida la esfera política, y que en estas condiciones las autoridades están obligadas a dialogar. Aprendieron, asimismo, que tienen intereses comunes que aglutinan grupos disímbolos de la sociedad, de distintas clases sociales, instituciones públicas y privadas. Su potencial como fuerza política puede crecer si le suman el respaldo intergeneracional, porque entre los adultos también hay insatisfacción con el estado de cosas.

Es probable, además, que los jóvenes en movimiento también estén informados de lo que ha hecho la juventud en otros países, de sus estrategias y tácticas. Tal vez, los jóvenes movilizados en la Ciudad de México, hoy, se saben parte de una expresión de inconformidad e indignación que ha comenzado y sigue en diversas regiones del mundo. El movimiento de los jóvenes y de los estudiantes debería sensibilizar sobre la situación de crisis, y que para resolverla se requiere voluntad política de cambio y miras de largo plazo.

Todos los analistas lo han dicho: el país está en una encrucijada crítica. Habrá que ver hasta dónde las condiciones estructurales —objetivas y subjetivas— y los procesos que se han desatado hacen que la sociedad civil reaccione para medir la trascendencia histórica de lo que está pasando. Ojalá que emerja un sujeto racional y razonable, con una identidad y proyecto convincentes, que convoque a un diálogo de muchas voces, con el fin de construir nuevas instituciones inclusivas en lo económico y en lo político, que propicien una redistribución de la riqueza para crecer y un gobierno cuya legitimidad y eficacia estén fincadas en una distribución plural del poder. Es un momento para ejercitar el hábito de la utopía, que debe aprovecharse para plantear un cambio de dirección, un nuevo diseño institucional y dar paso a una nueva nación por y para los jóvenes.


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