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¿Vale la pena ir a la universidad?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm. 577, pp.6 [2014-09-25]
 

El pasado martes 9 de septiembre muchos de los principales diarios del país colocaron en su primera página las conclusiones del reporte del Panorama Educativo 2014 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Uno de los encabezados que más llamó la atención de quien esto escribe fue uno que señalaba: “En México, a más estudios, menos empleos: OCDE”. El documento también apuntaba que, según sus estimaciones, los jóvenes mexicanos de 15 a 29 años pasarán 3.3 años sin estar empleados o en la economía formal. No sería difícil imaginar que un título así daría argumentos favorables a quienes desde hace tiempo han planteado que las universidades y demás instituciones de educación superior (IES), se han convertido en “fábricas de profesionistas desempleados”. Sin embargo, lo que evidencian los datos y conclusiones de la OCDE es la insuficiencia del mercado laboral del país para absorber la mano de obra más calificada, puesto que se prefiere emplear a las personas con educación básica. Ésta es una característica que pone a México lejos de los países en que los jóvenes con mejor formación académica ocupan los puestos de trabajo mejor pagados en los sectores más dinámicos de la economía. Los datos que en los últimos meses también se han reportado en la prensa, señalan una baja en los índices de productividad del país en el nivel internacional. En este sentido, la combinación de una baja o deficiente formación de quienes aspiran a ocupar puestos de trabajo, la precarización de los salarios y de las condiciones laborales, así como la falta de dinamismo de muchas empresas mexicanas, parece ser la responsable de la escasa productividad.

El fenómeno del desempleo entre los egresados de los estudios superiores no es exclusivo de nuestro país. Algunos datos internacionales indican que la falta de oportunidades laborales de esos jóvenes se ha agudizado desde fines de la década pasada, cuando varias economías del planeta entraron en un periodo de depresión económica. Según la OCDE, se estima que la tasa global de desempleo para los graduados universitarios fue del 5% en 2011. La falta de ocupación se presenta incluso en las economías más dinámicas, como en China, donde las cifras oficiales indican que en 2013 tres millones de estos jóvenes estaban desempleados; en la India, uno de cada tres egresados de la enseñanza superior no tenía empleo y en Corea del Sur, el número de graduados universitarios en esa condición rebasó los tres millones en ese mismo año.

Sin embargo, a pesar de las adversas condiciones de empleabilidad para los jóvenes con estudios superiores al ingresar al mercado de trabajo en México, la mejoría en el mediano plazo con respecto a quienes no cuentan con dichos estudios, es significativa, tal como lo muestran diversos estudios. Más aún, como se ha comentado en estas páginas, la demanda de ingreso a la educación superior sigue en aumento en todo el país a contra corriente de la incertidumbre laboral y de quienes consideran que no vale la pena pasar de dos a cuatro años en una universidad o IES, cuando no hay muchas posibilidades de obtener un trabajo bien remunerado y con buenas prestaciones al término de los estudios. Ante este panorama parece indispensable llevar a cabo, como diversas voces lo han demandado, una reforma laboral y revisar los mecanismos para disminuir la demanda de trabajadores menos calificados.

Sin duda se trata de un cambio necesario pero muy complicado, toda vez que se tendrán que conjuntar las reformas legales con la transformación de un aparato productivo que sea mucho más dinámico que el actual. Esto también se antoja difícil ante el panorama laboral que prevalece en el país, el cual hace pocos años introdujo la llamada flexibilidad laboral, que significó un deterioro de las condiciones generales de trabajo. Un ejemplo de ello es la proliferación de varias empresas dedicadas a actuar como intermediarias en la contratación de empleados para otras empresas (“outsourcing”). En muchos casos esto significa la inexistencia de contratos colectivos de trabajo, pues las contrataciones se hacen de manera individual con pocas garantías de estabilidad y con pérdida considerable de derechos laborales. Se puede considerar que la falta de buenos empleos y el deterioro en las condiciones laborales es uno de los factores que han provocado la caída en los niveles de productividad del país. Asimismo, ello significa un enorme desperdicio de la capacidad y el talento de miles, millones de jóvenes que podrían hacer aportaciones muy importantes al desarrollo económico y social. Es sin duda un reclamo que debe atenderse pues de continuar el detrimento en las condiciones de vida de gran parte de la población, éste puede acarrear mayores niveles de pobreza, marginación y violencia social.


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