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La dignidad del trabajo académico
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 224 [2007-05-17]
 

Se acaba de formular una nueva ley del ISSSTE que nos afecta a los profesores e investigadores, sin saber exactamente cómo. En las condiciones de desinformación que privan, nadie sabe qué es mejor: sí afiliarse a una afore individual o permanecer en el sistema tradicional de pensiones. Las opiniones que nos dan sobre el camino a seguir son variadas y crean incertidumbre. Más todavía, hay quienes estamos en el régimen del ISSSTE y al mismo tiempo en una afore. Hay una suerte de confusión que no abona a quitarnos el malestar de haber cotizado decenas de años al ISSSTE y ahora volver a empezar en algo que no se comprende qué es.

El individualismo, la apatía y la falta de organización nos han llevado a no prestar atención al marco jurídico que regula el trabajo académico. No se conocen los estatutos de las instituciones, el reglamento del Sistema Nacional de Investigadores, y mucho menos las leyes que operan fuera de nuestro ámbito inmediato. Y en estas condiciones somos presa fácil de ser cazada o personas sujetas a la buena voluntad de los políticos que hacen las normas que nos rigen.

Cualquiera que sea la actitud que cada uno tome frente al sistema de pensiones y frente a su propio futuro, lo cierto es que una parte de las instituciones de educación superior públicas tiene, en el corto plazo, que resolver el problema del envejecimiento de la comunidad académica. Nadie se quiere retirar si ello le significa empobrecimiento, y menos aún si no cuenta con medios que garanticen su salud en el último tramo de su vida. Por lo demás, a estas alturas ya nos hemos percatado que los seguros de gastos médicos mayores no cubren el coste de enfermedades prolongadas, que cuando ocurren ponen en tensión o arruinan a las familias de los académicos.

Todavía no hay una salida que resulte de conformidad para quienes cumplen o están por cumplir los requisitos para retirarse de la actividad académica. Estamos en un momento en el que aún pueden encontrarse soluciones antes de que la situación se agrave más con el paso del tiempo. La entrada de los nuevos se dificulta por la falta de retiro y también porque la calidad del trabajo académico se ha deteriorado. No se están creando las condiciones para un reemplazo generacional que le dé una continuidad más armónica a la docencia y a la investigación. No hay un uso de lo acumulado en pos de lo nuevo.

Hoy necesitamos pensar en las personas que hicieron de la academia su forma de vida, en la permanencia de las instituciones y en un desarrollo del conocimiento ajustado a las nuevas condiciones de la sociedad. Hay que despejar una ecuación que combine la salida de los académicos más antiguos con la renovación institucional. En este sentido, El Colegio de México ya ha puesto un ejemplo.

Por otro lado, se requiere modificar el sistema de remuneraciones. Tenemos una contratación laboral indecente. Hay datos estadísticos que informan que el salario tabular en ningún caso permite reproducir a la fuerza de trabajo de profesores e investigadores o contar con un retiro digno. Los sistemas de pago por méritos, cuyos ingresos no se mantienen al retiro, están agotados como medios de contratación del trabajo, entre otras causas por que ya no impulsan ni la productividad ni la calidad académica. Favorecen la simulación más que la competencia sana. Y es una pena que la simulación sea el medio que encuentren las nuevas generaciones que, por todo lo dicho, no ven en la carrera académica algo estimulante.

Las políticas públicas encaminadas a fortalecer a la comunidad académica tienen el reto de basarse en nuevas concepciones que dirijan el rumbo y den un significado y sentido al quehacer académico distintos al actual modelo. Reconfigurar a las instituciones para que el trabajo académico pueda fructificar, en efecto, en más y mejores profesionistas y en más conocimiento apropiado a lo que requiera el entorno social. Hay que poner en su sitio el reemplazo generacional ubicándolo como una de las grandes posibilidades para cambiar a las instituciones y hacer del trabajo académico una actividad satisfactoria para quien enseña y para quien aprende.

Hoy necesitamos que se nos informe sobre lo que nos espera, analizar lo que afecta nuestro presente y futuro, desarrollar estrategias de defensa de nuestro espíritu de cuerpo, ampliar el capital cultural que manejamos en nuestras instituciones y luchar porque las universidades adquieran más poder. En ello está volver a la sociedad más racional y razonable, entre otras cosas para que se reconozca nuestro esfuerzo.


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