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El volumen y retos del sistema educativo
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 518 [2013-07-18]
 

Las vacaciones de verano llegaron y también, para muchos, una pausa para lo nuevo y las decisiones importantes. El inicio de la vida escolar, el cambio de grado, de escuela, de nivel educativo o el complicado paso de la escuela al mercado laboral.

El papel y respaldo de la familia es fundamental, como lo muestran las evidencias, para el futuro escolar de niños y jóvenes. Y no solamente se debe a la dependencia económica de la mayoría de estudiantes, también lo es por el ambiente de impulso o inhibición de las inquietudes escolares en el hogar o por la búsqueda de opciones ante un reiterado fracaso o rechazo de instituciones educativas. Pero no todo es la esfera familiar; la responsabilidad también está del lado de la autoridad educativa.

A pesar de los esfuerzos de las últimas dos o tres décadas en materia de equidad, el Sistema Educativo Nacional (SEN) se ha mostrado relativamente refractario a las oportunidades educativas para niños y jóvenes de menores ingresos. La forma del sistema todavía es sumamente piramidal y amerita mayor atención la educación media superior y superior.

Unas cuantas cifras ilustran la morfología del SEN. En total, según las estimaciones para el reciente ciclo escolar que acaba de concluir, de preescolar a posgrado estaban matriculados casi 36 millones de niños y jóvenes. Esto es, un tercio del total de la población en el país.

De los 36 millones de estudiantes inscritos, el 73 por ciento corresponde a la educación básica. Es la base de la pirámide (y principalmente la enseñanza primaria con 14.7 millones). En educación media superior están matriculados el 13 por ciento del total, 4 por ciento en capacitación para el trabajo y 9 por ciento en educación superior.

Los estudiantes matriculados en educación superior, en números absolutos, suman 3.3 millones. En números redondos, la licenciatura ocupa la mayor parte con 3.1 millones; luego el nivel de maestría con 169 mil, las especializaciones con 46 mil y, en la cúspide, el doctorado con apenas 28 mil estudiantes.

Entonces, el mayor avance lo hemos registrado en la educación básica y no completamente. Vale la pena recordar que desde 1993 la educación secundaria se volvió obligatoria y apenas al finalizar la administración anterior se logró alcanzar su cobertura universal. Desde el 2002, pese a lo polémico de la iniciativa, tres años de preescolar son obligatorios y la cobertura debió alcanzarse completamente en el 2008. Pero no, la cobertura para los niños de tres años todavía está en 49 por ciento.

Ahora también ya es obligatoria la educación media superior y deberá alcanzar la cobertura universal para el año 2022. Actualmente, las estimaciones señalan que la cobertura para este nivel está alrededor del 69 por ciento del grupo de edad (la OCDE dice que es de 63 por ciento), de forma que deberá sumar más de 30 puntos porcentuales en la próxima década (añadir poco más de un millón de estudiantes a los actuales).

Ciertamente, se ha registrado un avance importante en la cobertura de la educación media superior en la última década. Sin embargo, de acuerdo al más reciente reporte estadístico de la OCDE, la cobertura educativa entre jóvenes de 15 a 19 años es de 56 por ciento, muy alejada de la media de los países de la OCDE (84 por ciento) e incluso menor a países como Brasil (77 por ciento), Chile (76 por ciento) o Argentina (72 por ciento).

Tal vez lo más preocupante, como lo indicó la OCDE, es que alrededor de una cuarta parte del total de jóvenes mexicanos entre los 15 y 29 años de edad no estudian ni trabajan, los llamados NiNis (Education at a Glance 2013: 330). Es la tercera proporción de jóvenes más grande dentro de los países de la organización; el primer lugar lo ocupa Turquía (35 por ciento) y le sigue Israel (28 por ciento). Además, el problema es que la proporción relativa de NiNis en México prácticamente no se ha movido en la última década.

Queda todavía el enorme reto de expandir las oportunidades educativas para el nivel superior, el cual necesariamente reflejará la presión creciente de la obligatoriedad del nivel previo. Sin duda hará falta mayor atención e imaginación de la autoridad educativa para la licenciatura y el posgrado. Hasta hoy, en lo que va de esta administración, las medidas públicas se han concentrado solamente en la educación básica, desde el inicio de la reforma hasta las fallidas computadoras para primaria. El verano también podría ser una pausa para pensar en el resto de niveles educativos y principalmente en los contenidos del programa sectorial.


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