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¡Cuidar a la universidad!
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 512 [2013-05-30]
 

—A la memoria de Eduardo Ibarra Colado, un ser cabal que, como investigador, nos dejó un extraordinario legado intelectual.

En los años recientes se han dado confrontaciones políticas por la educación superior. En varios países se ha demandado el derecho que tienen los jóvenes para cursar este nivel educativo y gratuidad de la enseñanza, demandas ligadas a la falta de oportunidades en la sociedad. Los movimientos estudiantiles acaecidos no han dejado de señalar que el sistema educativo es injusto, perverso e ineficiente. Hay sectores descontentos, resentimiento, malestar y miedo a los cambios, a la continua privatización de la educación.

Las protestas se han dejado sentir, también, por la insuficiencia presupuestal y la calidad educativa, por las dificultades de los profesionistas para encontrar un empleo decente. La esfera laboral modificó sus criterios y se disoció de la educativa, lo cual ha significado uno de los mayores cambios en la sociedad actual, y muy especialmente en la nuestra.

Las movilizaciones estudiantiles habidas en estos tiempos, más las quejas de los jóvenes, se han vinculado, en algunos países, con las protestas de otros sectores sociales perjudicados por la desigualdad. Las intersecciones han resultado explosivas y han puesto en jaque a la clase política en varias naciones. Las movilizaciones estudiantiles consiguieron ampliarse y tomar el centro de la escena política, involucrando a las universidades, las cuales han tenido que sortear muchos desafíos en ese escenario.

En nuestro país se han manifestado tendencias semejantes a las descritas. Y se han dado en un contexto de recomposición del poder en el Estado, de intentos por recuperar su fuerza y legitimidad, después de dos períodos sexenales de muy mala política, bajo crecimiento económico y concentración de la riqueza.

En este clima estructural están funcionando nuestras universidades públicas. Es un clima del cual derivan tensiones por todas partes. Provienen, por ejemplo, de las nuevas demandas que le hacen llegar a la universidad distintos grupos de la sociedad, que no son posibles de satisfacer por la falta de recursos y la entrega del subsidio a destiempo. Se suma el amarre a las políticas federales, que exige a las instituciones universitarias permanecer políticamente estables y reservarse el discurso crítico.

Y por si fuera poco, a las presiones que ya venían, se han agregado las tensiones provocadas por la violencia social. Los entornos urbanos donde se asientan las instalaciones universitarias, en muchos casos, propician un clima de agresividad. Los Campus están rodeados de mercados sobre ruedas, expendios de alcohol, antros, piratería, changarros que venden garnachas, calles donde no se recoge la basura, y se asalta a estudiantes y a profesores; son lugares donde la estética es deplorable.

La violencia está asociada al narcotráfico y al crimen organizado, que aparecen en todas las entidades federativas y en las capitales de los estados, con diferencias de intensidad. En el entorno escolar hay pandillas delictivas y se venden estupefacientes con la mayor libertad de mercado. Tejen redes que se extienden al interior de las escuelas, con las dificultades y la conflictividad propias que tiene sacar a los delincuentes.

Por otra parte, arreció la disputa por la educación. La televisión ha impulsado la confrontación de proyectos con el Estado, que afecta a las universidades y a la imagen de la educación pública en la sociedad. Es una televisión que busca educar poniendo en las masas una reinterpretación de la historia nacional, que maneja lo subliminal para estimular el consumo de productos, a los cuales muchos no pueden acceder. El contenido de sus programas, reality shows, cómicos y telenovelas, hace que la población perciba la violencia como algo natural, de tal suerte que dejan la idea de que los comportamientos que arrastran violencia gozan de impunidad.

En otro plano del análisis, los jóvenes en el México de hoy están siendo educados y socializados, además, por el uso de las tecnologías de la información y la comunicación. Una cantidad considerable (entre los estudiantes universitarios casi todos) usa el internet y pertenece a redes sociales. En la actualidad, esto tiene una influencia política notable en el accionar de los jóvenes estudiantes, en la indignación por la situación social y en la inconformidad cuando sus inquietudes no tienen eco en la familia o en la escuela.

Me resulta evidente que, en este marco, todos tenemos que cuidar a nuestras universidades, porque son un reducto insustituible del espacio público que nos queda. Hay factores, estructurales y super estructurales, que aislados o en combinación, amenazan con afectar la estabilidad institucional y, con ello, la función social de la universidad, que hoy, más que en otros tiempos, resulta extraordinariamente valiosa.


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