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Valorar lo público
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 510 [2013-05-16]
 

La semana pasada estuve en la reunión del Consejo de Participación Social de la Universidad Autónoma de Yucatán. La reunión se llevó a cabo en la Unidad Académica del Bachillerato con Interacción Comunitaria.

Se trata de una escuela preparatoria ubicada en el sur de la ciudad de Mérida, un área urbana marginal, donde los jóvenes no podían estudiar la enseñanza media superior, por falta de acceso y de recursos económicos. La escuela fue construida en un terreno en el que se cometían actos delictivos, tiene edificios sencillos, muy dignos, limpios, instalaciones de cómputo, laboratorio de ciencias, una biblioteca con espacios para trabajo individual y colectivo y una zona de actividad agropecuaria que les permite relacionarse con los quehaceres de su entorno.

Total, la escuela ha sido acogida y cuidada por la comunidad. Mantiene una interacción con la sociedad que tiene que ver con la producción doméstica y con el medio ambiente. Los muchachos y sus familias integran y dan cauce a actividades que han sido un detonador de bienestar y progreso comunitario, de limpieza de las calles, de cuidado de unos y otros. La prepa vino a mitigar enormemente la violencia a su alrededor. La escuela ha introducido en la comunidad el valor de lo público como aquello que es de todos.

Esta preparatoria lleva poco tiempo de estar operando y cuenta con alrededor de 500 alumnos. Habrá que observar sus resultados dentro de algunos años y tal vez pueda servir de ejemplo para otros experimentos de este tipo.

Comento lo anterior porque son varias las instalaciones universitarias en el país que carecen del debido mantenimiento, que están rodeadas de zonas urbanas conflictivas, donde hay pobreza y marginación, donde se cometen delitos, a los cuales están expuestos estudiantes y profesores. En el terreno que circunda a las escuelas hay venta de estupefacientes y hasta persecuciones y balaceras. Áreas donde el graffiti llena la estética del lugar, donde no se respeta lo privado y donde lo público no es de nadie y por ello puede mal usarse y destruirse.

En una cultura donde no se valora lo público, se puede irrumpir en una instalación universitaria, quemarla, romperla y saquearla. La violencia se cuela a la escuela. Sus integrantes, acosados por la criminalidad organizada que corroe el orden público a diario, no tienen medios de defensa ni cultura de participación para enfrentar los problemas sociales. Quedan pasmados, por su falta de organización, en espera de que alguien tome la iniciativa para corregir destrozos y volver a la normalidad.

La pobreza, la falta de oportunidades, los jóvenes y su futuro sombrío, la desintegración del tejido social, la carencia de identidad, de pertenencia a una comunidad, el mal desempeño de las instituciones, la falta de un Estado protector, la cuestión social toda, requieren soluciones para que disminuya la violencia. La educación y la cultura, entonces, son vías para conducir de otra forma el rumbo de la sociedad mexicana.

Enseñar matemáticas y humanidades a los jóvenes, propiciar que hagan teatro y deporte, que vean buenas películas, escuchen música, canten, bailen, ensayen poesía, los va a ayudar a salir de los círculos de la violencia. A la escuela y a los maestros nos toca inculcar en el estudiante la importancia de su desarrollo personal y social, valores que lo orienten en el ejercicio de la ciudadanía.

Enfrentar a la violencia y la inseguridad es un asunto de extrema complejidad, porque en las escuelas se conjugan elementos externos e internos que las favorecen. La ANUIES nos ha advertido que hay un buen número de centros educativos que no tienen ninguna preparación para resguardarse. Que se requiere instalar protocolos y planes técnicos para saber qué hacer y cómo actuar en caso de que se cometan delitos en las instalaciones, particularmente por pandillas que están vinculadas al narcomenudeo.

Las universidades públicas son piezas centrales para el avance de la sociedad que estamos esperando los mexicanos. No se puede dejar que las deterioren en su patrimonio y en su imagen. Necesitamos medidas preventivas para que no nos agredan desde el exterior, e insistir en enseñarles a los jóvenes que la escuela es un espacio público y que no es objeto de apropiación particular. Que en este espacio hay uso y consumo de bienes públicos y bienes culturales, un espacio donde aprendemos y dialogamos, un escenario donde actuamos en busca del conocimiento, que es el interés común que nos liga.

Por su parte, el Estado es el que determina los contornos de lo público. A él le toca hacer habitable el entorno de las escuelas, controlar los actos delictivos, y crear un espacio público sano y democrático. El Estado tiene, además, la responsabilidad de cuidar lo público.


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