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Después de Boston: ¿Un Big Brother para los universitarios musulmanes?
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm. 507 [2013-04-25]
 

Dos semanas antes de los ataques en el Maratón de Boston, un grupo de abogados presentó argumentos legales en contra de la policía de Nueva York. Los demandantes en el caso, que incluyen a más de 400 académicos en Estados Unidos, acusaron a la policía de usar prácticas ilegales de espionaje y acoso en contra de miles de estudiantes y profesores musulmanes. A su vez, exigieron la renuncia del comisionado de la policía de la Ciudad de Nueva York, Raymond Kelly, y su jefe de información, Paul Browne, que juntos habían implementado las prácticas en respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Segun los demandantes, la estrategia de Kelly violaba una resolución legal de 1985, que limitaba el tipo de espionaje permitido por la policía; en ese caso, las tácticas fueron dirigidas a los opositores a la Guerra de Vietnam.

“Nos hemos juntado con otros profesores para decir basta: Tales abusos de los derechos civiles y humanos no nos protegen, sólo discriminan”, escribieron Saskia Saris y Jeanne Theoharis, profesores de la Universidad de Colombia y de la Brooklyn College, respectivamente, en una columna publicada en The Chronicle of Higher Education en marzo de 2012. Argumentaron, además, que las medidas de espionaje fueron injustificadas, ya que ninguno de los terroristas implicados en el 11-S provenía del mundo universitario.

Después de los ataques en Boston, que mataron a tres personas e hirieran a más de 180, esos argumentos serán difíciles de sostener. Para empezar, los principales sospechosos de haber plantado las bombas, los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, eran musulmanes y uno era estudiante universitario activo. Mientras que Tamerlan, de 26, había asistido durante un semestre a un colegio comunitario de la ciudad, Dzhokhar, de 19, estudiaba biología marina en la Universidad de Massachusetts, en el suburbio de Dartmouth. Según reportes de prensa, ambos habían ingresado legalmente a Estados Unidos hace una década, huyendo de la violencia entre separatistas de su nativa Chechenia y el gobierno ruso. Quizás más importante, según familiares, recientemente ambos hermanos se habían vuelto más radicales en sus interpretaciones del Islam.

Una estrategia contraproducente

Y hay otro punto a favor de Kelly y sus aliados: Un mayor esfuerzo de contrainteligencia por parte del gobierno de EEUU quizás pudo haber prevenido el ataque en Boston. En 2011, “un gobierno extranjero” pidió información al gobierno de Estados Unidos sobre Tamerlan Tsarnaev, a quien acusaba de ser miembro de un grupo extremista islámico, según reportó The Washington Post. La FBI investigó en sus bases de datos sobre comunicaciones no permitidas y el posible uso de sitios Web radicales. También, entrevistó a Tamerlan y sus familiares, pero, según el periódico, lo soltaron al no encontrar evidencias de que representaba una amenaza.

En ese contexto, es muy probable que las tácticas de espionaje se extiendan a las universidades de Boston y otras ciudades, bajo el argumento de que éstas son semilleros del terrorismo. Sin embargo, esto no sólo sería penoso, sino que podría resultar contraproducente.

Hablo desde mi propia experiencia como periodista. En 1999, mientras trabajaba como corresponsal en Asia del Sur, vi de cerca el impacto de las estrategias antiterroristas del gobierno de Estados Unidos en las percepciones de algunos musulmanes. Un año antes, el ejército estadounidense había lanzado misiles al sur de Afganistán en un intento fallido por asesinar a Osama bin Laden, matando en su lugar a docenas de afganos. El resultado fue aumentar de forma perceptible el odio hacia Estados Unidos dentro de las regiones tribales al noroeste de Pakistán.

Cuando visité a la región un año después, encontré docenas de casos de familias que habían puesto el nombre de Osama a sus hijos, en honor al hombre que se había atrevido a enfrentar al imperio norteamericano. Uno de los papás, un afable vendedor de bienes raíces, me contó que después del ataque en Afganistán, había cambiado el nombre su hijo de seis años de Nizamuddin a Osama. La razón: “Para que cuando crezca, decida matar a nuestros enemigos, los americanos”.

Tales actitudes pueden ser difíciles de asimilar desde la óptica del Occidente. Pero no son casos aislados. Inclusive, sostengo, podrían volverse más comunes tanto fuera como dentro del país, si se adopta una campaña de hostigamiento en contra de los académicos y estudiantes musulmanes en Estados Unidos. Al tratar a todos los musulmanes como terroristas, se podría fomentar al rencor que, en casos extremos, desemboca en terrorismo.

El caso de una estudiante musulmana en Boston, Ifrah Inam, revela los miedos de esta población a ser blancos de una nueva estrategia antiterrorista en el país. Al enterrarse de los ataques del 15 de abril, su primera reacción fue pensar: “Dios, que no sea un musulmán”, según contó en entrevista con The Chronicle of Higher Education. Para su desgracia, el sueño no se cumplió. “No pude dejar de sentir paranoia”, dijo Inam, quien funge como presidenta de la Asociación de Estudiantes Musulmanes en su universidad, el Colegio de Farmacia y Ciencias de la Salud de Massachusetts. Ahora, teme que el ataque desate otra cacería de brujas en contra de la comunidad musulmana.

No es para menos. Según la demanda en Nueva York, la estrategia antiterrorista de la policía consistía en la creación de una unidad especial de contrainteligencia. Esta se encargaba de monitorear, vigilar y mapear las comunidades Sunni y Shi´a del área metropolitana de Nueva York. El departamento también realizó espionaje y envió operativos encubiertos a asociaciones de musulmanes en media docena de universidades y campus de Nueva York, además de universidades del nordeste del país, incluyendo a: Yale, Rutgers, Columbia, Princeton, Syracuse, la Universidad Estatal de Nueva York, y la Universidad de Pennsylvania.

El propósito del operativo fue identificar señales de radicalización entre estudiantes musulmanes, antes de que pudieran cometer un ataque. Entre las actitudes sospechosas y “peligrosas” fueron el dejar de fumar o tomar bebidas alcohólicas, hacer apuestas o usar ropa juvenil urbana; cambiar a ropa tradicional islámica; dejarse crecer la barba; involucrase en activismo social o asuntos comunitarios, según reportó el Associated Press. Los agentes encubiertos asistieron a viajes en balsa con estudiantes de la Universidad de Nueva York, en Búfalo; se preocupaban por “viajes militantes de gotcha” en el Colegio de Brooklyn, y acudieron a restaurantes “étnicos” y a mezquitas para preguntar sobre posibles actividades sospechosas. A su vez, el equipo cibernético de la policía rastreaba también acciones sospechosas en las páginas web de las asociaciones de estudiantes musulmanes. Todo ello, según el jefe policiaco Kelly, con el fin de mantener a salvo a la población.

Ahora, con los ataques en Boston, esas prácticas probablemente se extenderán a universidades de renombre como Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Boston College, la Universidad de Boston, la Universidad de Massachusetts, entre muchas otras. Las implicaciones son mayúsculas, tanto para los musulmanes como para la comunidad universitaria en general. En la semana posterior a los ataques, esas universidades tuvieron su primera experiencia con las tácticas antiterroristas, junto con los otros habitantes de la ciudad. Se prohibió a la población a salir a la calle mientras miles de policías siguieron la pista de los hermanos Tsarnaev, finalmente matando a uno y deteniendo al otro, en una serie de persecuciones policiacas y tiroteos digna de Hollywood.

Excepto que ésta fue mucho más real, y dolorosa Aparte de las docenas de lesionados, hubo dos muertos entre la comunidad universitaria: Lu Lingzi, una estudiante china de posgrado, quien estudiaba en la Universidad de Boston, y Sean Collier, un policía de MIT, quien fue asesinado en su patrulla, presuntamente por uno de los hermanos Tsarnaev.

La profecía de Huntington

Como fue el caso de los ataques del 11 de septiembre, los bombazos en Boston también fueron calculados para tener el mayor impacto simbólico posible. Si Nueva York es la capital financiera del país, Boston es el epicentro del mundo intelectual. Cuenta con más de cien universidades, incluyendo a algunas de las más renombradas del mundo. La ciudad ha sido un imán para miles de estudiantes extranjeros, incluyendo a muchos musulmanes. Y es la cuna de la Revolución estadounidense, cuyos inicios en 1776 se conmemoraban el día del ataque en el maratón.

Para muchos, los sucesos del 15 de abril son una manifestación del “choque de civilizaciones” descrito por Samuel Huntington en 1993, en su libro del mismo nombre. Huntington, quien fue profesor de Harvard hasta su muerte en 2008, argumentó que las visiones opuestas del mundo islámico y el Occidente sólo podrían llevar a la guerra.

Con los ataques terroristas en Nueva York y Boston, ese mensaje parece profético. Pero no toda profecía tiene porque volverse realidad. Ahora, le toca al gobierno decidir si quiere responder al terror con más terror, transformando a los campus universitarios en una especie de Big Brother policiaco. Desafortunadamente, todo indica que así será.


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