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El elusivo 1 por ciento para ciencia y tecnología: ¿Llegará?
Marion Lloyd
Campos Milenio Núm. 492 [2012-12-20]
 

En las tres décadas desde que José López Portillo lanzó su Plan Nacional de Ciencia y Tecnología 1978-1982, sucesivos presidentes mexicanos se han comprometido a alcanzar un gasto global de 1 por ciento del PIB en investigación en CyT. Todos han fracasado, a pesar de que este nivel de inversión se volvió obligatorio con la reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología de 2004. Ahora, Enrique Peña Nieto se convierte en séptimo presidente en intentar lograr esta meta.

En su Pacto por México, Peña Nieto dedica tres de sus 95 compromisos a “promover el desarrollo a través de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación”. En el Compromiso 46, promete incrementar el presupuesto para investigación en CyT de forma gradual, empezando con el presupuesto de egresos de 2013, para alcanzar la cifra de 1 por ciento del PIB en 2018. Además, promete nuevos incentivos para que haya una “participación intensa de los sectores productivos en la investigación científica”. Los sectores públicos y privados gastaron en conjunto 0.47 por ciento del PIB en investigación y desarrollo en 2010, una cifra que está por debajo del promedio regional de 0.75 por ciento, según la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericana e Interamericana (RICYT).

También, se comprometió a que “se definirán prioridades, objetivos nacionales y regionales concretos, para estructurar un programa de largo plazo para el desarrollo especializado de la ciencia y la tecnología en todo el país” (Compromiso 47). Y, por último, prometió que “se aumentará el número de investigadores y de centros dedicados a la ciencia, la tecnología y la innovación y, como consecuencia, se incrementará significativamente el número de patentes” (Compromiso 48).

Desde luego, todas son propuestas bienvenidas y necesarias. Pero falta que se vuelvan realidad. México está muy a la zaga de sus rivales regionales en materia de ciencia y tecnología, con grandes costos para el futuro del país. El líder regional en la materia, Brasil, gasta más del doble que México en investigación y desarrollo como porcentaje del PIB —1.16 por ciento contra 0.47 por ciento— mientras que Argentina gasta 0.61 por ciento, según RICYT.

El bajo nivel de inversión en CyT en México se ve reflejado en el posgrado, y sobre todo a nivel de doctorado, en donde Brasil también lleva la delantera a México. En 2010, el país sudamericano emitió 11, 314 títulos de doctorado, de los cuales 1,196 corresponden a las áreas de ingeniería y tecnología. En contraste, México emitió 4,167 títulos, de los cuales sólo 434 correspondían a esos campos.

Esta brecha se ensancha cada vez más, dado el gran impulso que está dando Brasil, a la par con los otros miembros del llamado grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China), al posgrado y al área de la ciencia y la tecnología en particular. En 2011, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, lanzó el programa Ciencia sin Fronteras, que se compromete a otorgar 101,000 becas antes del año 2016 para estudios en el extranjero, con 26,000 pagadas por el sector privado. Los becarios deben venir de las áreas de ciencia, tecnología, matemáticas e ingenierías (STEM por sus siglas en inglés) y lograr ser aceptados en universidades extranjeras de primer nivel. El programa también incluye becas para estancias en otros países para investigadores brasileños e incentivos para atraer de regreso a científicos expatriados.

En un editorial publicado el 30 de noviembre, la revista Science alabó los esfuerzos de Brasil, además de Argentina y Chile, por formar un mercado de trabajo educado y generar una ciencia “globalizada” en Sudamérica. Argentina ha incrementado el número de becas para doctorados y está trabajando por revertir la fuga de cerebros. Mientras tanto, Chile ha otorgado miles de becas en el extranjero para estudiantes de doctorado en las áreas científicas, y espera tener de regreso más de 3,000 doctores en esos campos en los próximos años.

En Brasil, el programa Ciencia sin Fronteras ha desatado mucho interés por parte de países en todo el mundo, y sobre todo en Estados Unidos, que busca colocar a 60,000 de los becarios. Para finales de 2012, el gobierno brasileño habrá seleccionado más de 20,000 estudiantes e investigadores para asistir a universidades en 30 naciones. Y las empresas brasileñas ya están compitiendo por colocar a los estudiantes a su regreso, según Science.

Este panorama contrasta fuertemente con la situación en México, en donde tanto la inversión en CyT como la internacionalización de los estudiantes están frenadas. En el reporte Open Doors 2012, el Instituto de Educación Internacional, en Nueva York, da cuenta de la poca movilidad estudiantil en México comparado con otros países. El reporte, emitido a finales de noviembre, incluye los datos más recientes de la movilidad estudiantil en el mundo, y en Estados Unidos en particular.

El año pasado, un total de 764,495 estudiantes extranjeros estuvieron matriculados en universidades estadounidenses, un incremento de 6.5 por ciento del año anterior. De estos, 194,029 provinieron de China, en lo que representa un incremento de 25.4 por ciento sobre el año escolar 2010-2011. El segundo grupo más grande provino de la India, con 100,270 estudiantes, seguido por Corea del Sur con 72,295. En cuarto lugar se ubicó Arabia Saudita, con 34,139 estudiantes, un incremento de 50.4 por ciento sobre el año anterior.

Otro país pequeño con un alto número de estudiantes en Estados Unidos es Nepal. Con un PIB per cápita de apenas US$619, envía más estudiantes que Brasil, que tiene un PIB per cápita de $12,597; en 2011-2012 hubo 9,621 estudiantes nepalíes estudiando en universidades estadounidenses contra 9,029 de Brasil. Esto se explica por dos razones: el pobre nivel de las universidades del país asiático; y un incremento en el número de becas otorgadas por parte del nuevo gobierno democrático de Nepal, en donde la monarquía cedió poder apenas en 2005. No obstante, las cifras de Brasil aún no reflejan el impacto del programa Ciencia sin Fronteras, ya que los primeros becarios del programa apenas empiezan a salirse del país.

México, por su parte, se colocó en noveno lugar con 13,893 estudiantes. Aunque representa un incremento de 1.3 por ciento sobre el año anterior, es inferior a la cifra de 2008-2009, cuando hubo 14,850 estudiantes mexicanos inscritos en universidades de EEUU. La disminución se debe en parte al impacto de la crisis económica de ese año, cuando se redujo el número de nuevas becas para estudios en el extranjero en 60 por ciento, de 1,500 a 500, según cifras de CONACyT. Aunque el número total de becas creció durante 2009 y 2010, volvió a bajarse en 2011.

Tales políticas no se cuecen en un vacío. La reducción en apoyos para estudios en el extranjero obedece al insuficiente presupuesto para CONACyT, que, como única instancia encargada de fomentar la ciencia y tecnología en el país, tiene que brindar apoyos a un cada vez mayor número de programas.

La ANUIES y otros grupos ligados al sector han propuesto la creación de una Secretaría de Ciencia y Tecnología, como la creada por Brasil en 1985, para dotar al sector de mayor presupuesto y poder de convocatoria. No obstante, en una reunión con el ANUIES en noviembre, Peña Nieto argumentó que tal propuesta sólo crearía más burocracia.

Quizás. Pero algo hay que hacer para revertir la actual inercia en materia de ciencia y tecnología en México. En algunos casos, inclusive el país se encuentra en pleno retroceso. Debido a la violencia generada por la guerra contra el narcotráfico, muchas universidades estadounidenses han prohibido o desmotivado a sus estudiantes a estudiar en México. Entre 2009-2010 y 2010-2011, el número de estudiantes estadounidenses en México bajó 42 por ciento, de 7,157 a 4,167, según Open Doors. (El reporte no incluye cifras sobre el número de estudiantes de otros países que estudiaron en México, cuyo número no cambió de forma significativa, según la Asociación Mexicana para la Educación Internacional.)

Los estudiantes extranjeros no solo representan una oportunidad para el intercambio de ideas y culturas, sino que también son una importante fuente de ingresos para las universidades – sobre todo en sistemas como el estadounidense, que cobra altas cuotas en forma de colegiaturas. Estudiantes extranjeros contribuyeron USD$21.8 mil millones a la economía de ese país en 2011-2012 en forma de colegiaturas y gastos de manutención, según un estimado de NAFSA: Asociación de Educadores Internacionales. El grupo, con sede en Washington D.C., estima que el monto real es aún mayor, ya que la cifra no incluye los impactos económicos secundarios generados por los estudiantes y sus familias.

Tampoco toma en cuenta la contribución de los estudiantes extranjeros al desarrollo económico del país. Ésta podría incrementarse con una propuesta de ley federal, que otorgaría hasta 55,000 visas de residencia (Green Cards) al año a egresados extranjeros de posgrados en las áreas STEM. La propuesta, que fue aprobada en la Cámara de Representantes el 30 de noviembre, ha enfrentado oposición porque sustituiría a otro programa que busca diversificar el lugar de origen de los recipientes de las visas. Sin embargo, refleja el interés de Estados Unidos por aprovechar el talento y conocimiento científico de sus estudiantes extranjeros.

México se podría beneficiar de un programa parecido, que otorgaría la residencia a científicos extranjeros de alto nivel científico; algo parecido sucedió en los años treinta, cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas acogió a un gran grupo de académicos entre los exiliados de la Guerra Civil española. Sobre todo urge invertir en las capacidades científicas de los mexicanos a través de estrategias de largo plazo. Llevamos tres décadas de promesas incumplidas en materia de ciencia y tecnología. ¿Será diferente con Peña Nieto?


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