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Notas de lectura sobre la academia y los académicos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 484 [2012-10-25]
 

En este artículo, quiero compartir con los lectores algunas notas de lectura. Arendt, en uno de sus libros, se preguntaba ¿tiene la política todavía algún sentido? Decía la filósofa que la respuesta no es obvia; se trata de una pregunta casi desesperada.

Y la traigo a colación porque en Campus hemos reiterado, una y otra vez, que el tipo de evaluación que se hace al trabajo académico está agotado. Lo cual tiene un sentido político al que no le prestan atención las autoridades académicas. Los mismos académicos se mantienen al margen del problema: se acoplan al conservadurismo y al autoritarismo. Así, la vida académica no cambia

Roberto Follari en “La selva académica. Los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad” señala que el mundo mediático ha avanzado por sobre el académico. En México los medios lo han vuelto trivial por su mayor velocidad de respuesta a una realidad social cada vez más efímera. A la academia le falta comunicación con la sociedad y tiene que participar en los medios. Eso es lo de hoy. De otra manera se queda sin fuerza frente a ellos.

Es la propia academia la que niega tal participación, por sus limitados criterios de cientificidad. Entonces, la información mediática se sobrepone al conocimiento científico y nos pone un reto que no estamos desafiando: la devaluación de nuestro trabajo. La gran mayoría de los académicos no tiene conciencia de lo que esto significa. Tal devaluación deslegitima a la propia universidad pública, una institución que a muchos grupos de poder les gustaría que desapareciera.

En otro texto, de Altbach y Pacheco, se indica que los salarios, y las normas de selección y promoción, son centrales para el bienestar de la profesión académica y sus contribuciones a la universidad. En su investigación reportan varios hallazgos: por regla general, los salarios académicos son mejores en los países más ricos; en América del Norte y en Europa occidental, los salarios son la fuente principal del ingreso de los académicos. Aún en estos países, los académicos son inadecuadamente remunerados en comparación con otros profesionales altamente educados; las naciones científicamente avanzadas ofrecen salarios razonables, seguridad y estructuras de carrera académica transparentes.

En este estudio, México caería entre las naciones donde el grueso de los académicos gana poco y su ingreso está compuesto minoritariamente por su salario, ya que dependen de otros pagos y becas. Agregaría que estamos entrando a una época donde ya aparecen restricciones presupuestales a los programas de desempeño y un fuerte estrés entre los académicos, porque hagan lo que hagan siempre resulta insuficiente para sus evaluadores. Estamos llenos de tensiones y no se ve para cuando puedan aminorar. La falta de puestos y de ingreso hacen que los académicos nos estemos dando de codazos, enfrascados en cortar cabezas de quienes sobresalen intelectualmente, defendiéndonos unos de otros en batallas corporativas. Este régimen académico obstaculiza dar un salto en la ciencia.

Dar el salto empieza con nosotros. Recojo el texto de Bruce Macfarlane, reproducido por LAISUM. Habla del orgullo de ser académico. Se trata de una invitación para que los académicos abandonemos las trampas de la competencia, no la competencia por el avance intelectual y el prestigio. Frente al capitalismo académico, el exceso de individualismo, comportamientos académicos orientados a la búsqueda de fondos y a ganar más dinero, frente a la monetarización de la academia, que deja de lado la relevancia de las temáticas de investigación, Macfarlane convoca a retomar principios éticos ligados a la academia como la comunidad, el universalismo, el desinterés y la postura crítica, principios apuntados por el sociólogo Merton en una de sus obras clásicas.

El sociólogo C.W. Mills, en “ Tipos de hombres académicos”, reproducido por OBSACUN, señala que hay una relación entre el ámbito institucional universitario, las condiciones de trabajo, y la actividad académica vista en términos de productos académicos y moral académica. En efecto, el punto de la moral académica tiene que ver con la cultura institucional. Las instituciones tienen responsabilidad en lo que nos pasa.

Buscamos que la academia opere mejor y eso ocurre cuando en la cultura institucional se respeta la libertad para que cada uno de los académicos defina sus exigencias de trabajo creativo, en el marco de las reglas institucionales, y para que tales exigencias, como dice Mills, sean parte de un hábito intrínseco al modo de vida académico. En instituciones democráticas, la libertad de enseñar e investigar, es fundamento de una buena academia.

Mi conclusión apresurada es que la academia no puede seguir como está: debemos escribir y actuar políticamente para cambiarla.


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