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La academia en deterioro
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 481 [2012-10-04]
 

Hace apenas unos meses, 152 jóvenes que regresaron al país con su doctorado no conseguían entrar a ninguna institución académica. Hace unas semanas se abrieron tres plazas en una prestigiada institución de ciencias sociales, y se presentaron al concurso algo más de 130 doctores.

A una joven doctora en historia por la Universidad de Cambridge le ofrecieron una clase con remuneración de $50.00 pesos la hora. Los postdocs no pueden ser contratados en el mismo lugar. En un instituto de investigación, el becario que formaron no pudo ganar la plaza, porque se presentó un doctor que estudió en Berkeley. Algunos meses después dejó su puesto para irse a trabajar al gobierno.

Un doctor en ciencia política, recién repatriado, fue contratado por honorarios como asociado B en una universidad de prestigio. Lo pusieron a dar clases por más de 20 horas a la semana con una remuneración de, aproximadamente, $11,000 pesos, más su beca por $ 4,000 pesos. Tres años después, le pidieron cuentas de su investigación: había publicado un libro, tenía otro en prensa, un par de artículos en “journals”. En difusión tenía textos en un diario de circulación nacional, conferencias, congresos, etc. etc. Tuvo una carga excesiva de trabajo. Pagó su noviciado. Concursó por su plaza, pero uno de los dictaminadores descalificó sus contribuciones académicas mediante un párrafo lapidario de tres líneas. Resultado, perdió el concurso y la universidad un buen prospecto.

Hace dos años, en el Sistema Nacional de Investigadores, una investigadora presentó dieciocho productos bien publicados en el período a evaluar. La comisión de ciencias sociales respondió que la bajaban de nivel 2 a 1 por haber tenido una producción insuficiente de sólo dos publicaciones. ¿La comisión no sabe contar? Es una persona ampliamente reconocida por sus pares. Una decisión injusta. No pudo reconsiderar a tiempo por estar en el extranjero. Las autoridades del CONACYT no respondieron. El daño estaba hecho.

Actualmente, un grupo de investigadores nacionales en el área de ciencias sociales está reclamando que varios investigadores, con una elevada producción, fueron sacados del SNI o bajados de nivel. Un investigador con 23 productos en el período, entre artículos, capítulos de libro, coordinaciones de libros, como en el caso anterior, fue bajado de nivel 2 a nivel 1 con el argumento de que su producción había disminuido en el período.

Hay muchos ejemplos en que los dictámenes no responden a lo que el investigador produjo. Los que estoy mencionando ilustran que algo está mal: dictámenes escuetos, criterios rígidos, evaluación por computadora, demasiados expedientes y un número de dictaminadores que no puede atender el volumen, discusiones colegiadas que no se están dando con tiempo y forma.

En otra institución, académicos de humanidades y ciencias sociales, del más alto prestigio en la misma, con una trayectoria de más de treinta años, reconocidos aquí, allá y acullá, fueron bajados de nivel en sus becas al desempeño. Hay molestia porque en una misma institución existen distintos criterios de evaluación para un mismo caso. Algunos afectados llegaron a la conclusión de que a los investigadores les va mal cuando en las comisiones dictaminadoras hay mayoría de profesores y a los profesores les va igualmente mal cuando el dictamen está a cargo de investigadores.

En suma, lo que está ocurriendo muestra, una vez más, que el sistema de evaluación del trabajo académico tiene la perversidad de deteriorar las relaciones humanas entre los académicos. Unos castigan, excluyen, a los otros. “Sí te toca alguien en la comisión que no te quiere, estás perdido”.

Hay arbitrariedad en los juicios, competencia tramposa, indignación, corrosión del trabajo y deterioro de la vida académica. Las exigencias aumentan y se diversifican. Cada vez es más difícil cumplir. Los académicos no tienen tiempo, están haciendo su labor para hacer puntos, no para contribuir.

El “publicar o perecer” no sirve. Cada vez se publica más y se lee menos. La oferta de trabajos rebasa los medios que hay para publicar en el padrón. La calidad de los trabajos no se puede juzgar por la revista o la editorial. Las editoriales que han publicado los libros de los investigadores son devaluadas por ellos mismos.

Las instituciones son las que dejan que todo esto pase. Son ellas las que salen perdiendo en el juego: dejan de llenar los indicadores y sus académicos molestos y maltratados pierden compromiso con lo que hacen. La forma de evaluar el trabajo académico ya se agotó. Y cada vez somos más quienes no queremos heredar a los jóvenes académicos este sistema repleto de simulación.


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