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Educación y democracia
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 462 [2012-05-17]
 

Hace ya algunos años que se viene repitiendo que los y las jóvenes mexicano/as no creen en la política, menos en las instituciones que la soportan y menos aún en las personas que son sus representantes. Se han realizado varios estudios que muestran que entre ellos y ellas predomina una fuente de adscripción, más o menos decidida, hacia la democracia, percibida como la mejor forma de gobierno y que, sin embargo, los jóvenes, hombres y mujeres de distintos estratos sociales, no tienen incorporados en la subjetividad los valores que le dan sustento a esta forma de gobierno. Me refiero a los valores de la igualdad, la libertad, la solidaridad y la tolerancia como principios de posibilidad de participación en la vida colectiva de manera respetuosa pacífica y productiva.

Sin duda los políticos y las instituciones se han ganado a pulso la mala opinión que de ellos tienen los y las jóvenes mexicano/as. En particular, la escuela es responsable de su escasa formación democrática. Pero los y las jóvenes están lejos de estar presos en un nihilismo que los inmoviliza y están construyendo referentes para darle un sentido propio a la democracia. Para ello están recurriendo a lo que ven, oyen y viven cotidianamente porque supuestamente México es un país democrático, y, si es así, la vida misma les está brindando enseñanzas sobre lo que es la democracia.

Como dijo Castoriadis: la educación comienza con el nacimiento del individuo y acaba con su muerte. Tiene lugar en todas partes y siempre. Los muros de las ciudades, los espectáculos, los acontecimientos, educan _y hoy en los esencia, “deseducan”_ a los ciudadanos. Entonces, para los y las hoy jóvenes mexicanos la democracia permite la simulación, la corrupción, la violencia, el desempleo, el miedo, la pobreza, la injusticia etc. ¿Cómo podrían vincular la democracia con la lucha por la libertad, la igualdad y la solidaridad, si estos valores no tienen cabida en la democracia “a la mexicana”?

También los medios de comunicación les han enseñado sobre lo que son la política y la democracia en nuestro país. En particular la televisión les ha enseñado que en la política lo que importa es la imagen más que los contenidos y los proyectos. Específicamente la transmisión del reciente debate entre los cuatro aspirantes a ocupar la presidencia de México les enseñó que la centralidad de la democracia no es el diálogo ni el consenso, respecto al interés común, sino la confrontación entre contrincantes; es decir la negación del otro en lugar de ser debate con el otro.

Por su parte, la clase magistral sobre política y democracia la brindan las ciudades. Aquí, entre otras cosas violentas, se aprende a resolver los conflictos a través de canales ilegales e ilegítimos, a obtener servicios públicos por la vía de la exclusión de los otros, a segregarse de los vecinos, a desconfiar de los desconocidos y a aceptar sin chistar la construcción de obras urbanas que afectan la vida cotidiana y los bienes de las familias. Este tipo de cosas es lo que la vida urbana les enseña a los y las jóvenes mexicano/as.

La importancia de la vida cotidiana en el aprendizaje es indiscutible. En un sentido se puede decir que uno aprende de lo que vive y experimenta. Así que la autorepresentación de México como un país democrático conlleva un grave peligro, pues aquí la vida diaria lo que nos enseña es a apartarnos de los valores de la convivencia justa, tolerante y pacífica. Esto implica que estamos corriendo el riesgo de que la aceptación de que vivimos en una democracia “a la mexicana” nos aleje del ejercicio efectivo de la voluntad colectiva y de una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.

Resulta urgente aceptar que México no es un país democrático. Hay que decirlo. Es urgente hacer conciencia de que quien diga que en México hay democracia está diciendo una mentira. La democracia exige que toda la población tenga los mínimos de bienestar, que haya diálogo y debate político en espacios públicos, etc. En México no los hay. Además, la violencia, en todas sus formas de expresión, es contraria a la democracia y, por lo tanto, es imposible que convivan en un mismo país y una misma sociedad. Así que si México aspira a ser verdaderamente democrático, la elección del presidente conlleva, cuando menos, la exigencia de un gobierno que se comprometa con la construcción de un país que eduque sin mentiras, sin pobreza y sin violencia.


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