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Las universidades de clase mundial: ¿otra lección derivada de la experiencia?
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 435 [2011-10-13]
 

Hoy, se ha dicho, lo decisivo no es contar con una cuantiosa mano de obra barata para competir en el contexto mundial, ni siquiera son suficientes los abundantes recursos naturales de algunas naciones. Lo más importante es el conocimiento, pero de cierto tipo. Es lo que se conoce como el paso de las economías industriales a las economías basadas en el saber.

La preocupación y el dilema se ha extendido a cómo convertirse de manera plena en una economía fundada en el conocimiento, pues éstas se caracterizan, entre otros aspectos, por inversiones crecientes en la formación de sus recursos humanos, para la disponibilidad de profesionales y técnicos altamente calificados en la generación y aplicación de conocimientos avanzados.

También en un sostenido impulso a la investigación científica y la aplicación tecnológica, así como el uso intensivo de las tecnologías de la información y la comunicación. Una rápida evolución de saberes y un frenético afán de innovación.

Las universidades de investigación se han considerado como las instituciones emblemáticas de las economías basadas en el conocimiento y, por la misma razón, se han convertido en el modelo de referencia para la mayoría de las instituciones de educación superior. Parece el mejor atajo para ingresar al siglo 21 del conocimiento.

Tal vez por la misma razón, la estructura de incentivos de las políticas nacionales orientan sus programas más importantes hacia la universidad de investigación, aunque el conjunto institucional esté lejos de acercarse al modelo unitalla. Además, el conjunto de rankings internacionales, con sus mediciones periódicas y la amplia difusión mediática de sus resultados, contribuye a reforzar la aspiración por calzar el modelo.

No se trata de universidades de investigación comunes. Es el circuito de las universidades de investigación de élite; de clase mundial, separadas del resto. Las que tienen entre sus filas a personal académico muy calificado y reconocido internacionalmente —mejor si algunos son premios Nobel—, excelentes y apreciados resultados de investigación, diversas fuentes de financiamiento o una proporción importante de estudiantes internacionales talentosos.

Un reporte del Banco Mundial publicado la semana pasada ilustra cuáles son las vías por las que una universidad se puede convertir en una institución de clase mundial: The road to academic excellence: the making of World-class research universities (editado por Phillip G. Altbach y Jamil Salmi. Disponible en la página web del organismo internacional). Particularmente, hace un recuento de los casos de 11 universidades de nueve países para mostrar cuál fue su experiencia y qué camino siguieron.

El camino no es corto ni fácil, dice en la parte final: “construir una institución de clase mundial requiere mucho más que reacciones viscerales a los rankings o infusiones masivas de dinero gubernamental. Es un complejo y dilatado proceso que sólo recientemente comenzó a prestársele atención” (p. 325).

Las 11 universidades que se incluyeron fueron: Ibadan (Nigeria); Shanghai Jia Tong; Ciencia y Tecnología de Pohang (Corea); Universidad de Chile; Pontificia Universidad Católica de Chile; Instituto Indio de Tecnología; la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong; Universidad de Malasia; la Nacional de Singapur; el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (México), y la Escuela Superior de Economía (Rusia).

Las diferentes instituciones fueron tratadas por varios autores (el caso del Tec de Monterrey estuvo a cargo de Francisco Marmolejo), pero ubicando la correspondencia de los casos analizados con el modelo de los tres componentes que caracterizan a las universidades de clase mundial y que propuso Jamil Salmi en 2009 (The challenge of establishing world-class universities).

Los tres componentes son: una alta concentración de talento (tanto del profesorado como de los estudiantes); recursos abundantes para ofrecer un rico ambiente de aprendizaje y para realizar investigación avanzada, y una buena gobernanza que procure el liderazgo, la visión estratégica, la innovación, etcétera.

Obviamente, los casos que ahora se reportan muestran la importancia de alinear los tres componentes que determinan el desempeño de las universidades de investigación.

Además, dice Salmi en las conclusiones, hay otros “factores aceleradores” que pueden jugar un papel positivo. Algunos de ellos son: el inglés como lengua principal de la institución; concentrarse en nichos de áreas de conocimiento; el uso de benchmarking como guía de orientación de la institución o introducir innovaciones pedagógicas, entre otros.

Sin embargo, ni los componentes ni los aceleradores son suficientes para comprender el éxito o el fracaso de las instituciones de investigación. El elemento restante es el “ecosistema de la educación terciaria” de cada país, el cual puede facilitar o constreñir a las instituciones. Nada menos. ¿Nuevas lecciones derivadas de la experiencia? Ya veremos.


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