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¿Cómo se llega a rector?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 431 [2011-09-15]
 

Desde 1910, cuando se inauguró la Universidad Nacional de México, hasta el año en curso, la UNAM ha tenido 33 rectores. Han conducido a la institución 15 abogados, nueve médicos, tres ingenieros, tres humanistas, dos químicos y un biólogo. De 1946 a 2011, la Universidad Nacional ha tenido 13 rectores. Tres no terminaron su período, dos no terminaron el segundo, tres concluyeron un período y cuatro fueron reelectos y concluyeron sus dos períodos. De 1970 hasta la fecha, los doctores Soberón, Sarukhán y De la Fuente estuvieron al frente de la UNAM por un tiempo que cubre 24 años. El doctor José Narro está por concluir su primer período el próximo noviembre y, legalmente, tiene la posibilidad de volver a ser designado para el cargo.

El Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación ha organizado una serie televisiva intitulada Por mi raza hablará… Me tocó participar en el programa “Nuestros rectores” junto con dos colegas, con la conducción de la maestra Lourdes Chehaibar. Me hicieron varias preguntas y traigo aquí algunas de las reflexiones que hice en un tiempo brevísimo y otras que me quedaron después del encuentro. Me preguntaron: “¿cómo se llega a rector de la UNAM?”.

Aclaro que la autonomía universitaria ha sido una condición básica para que la Universidad Nacional tenga libertad de designar a sus autoridades. La Ley Orgánica de la institución faculta a la Junta de Gobierno para elegir al rector, jefe nato de la universidad. La elección de un rector es uno de los hechos políticos más relevantes en la vida institucional. Un hecho que ha ocurrido de manera distinta a través del tiempo. En algunos momentos de la historia han intervenido indirectamente en la elección fuerzas políticas externas, además de las internas. El juego sucesorio, en esos casos, fue un verdadero rompecabezas. Se dejaron sentir, desde varios puntos del gobierno o de los factores reales de poder en la sociedad, presiones en favor de alguno de los candidatos.

Mediante el método de la auscultación, los grupos universitarios de interés han dado a conocer sus preferencias en cada elección. Juegan, proponen candidatos. Se llega a rector por designación de la Junta de Gobierno, la cual tiene la responsabilidad de elegir a quien consideren el mejor de los candidatos, buscando el progreso de la institución, de sus actores y de los públicos que desde fuera están atentos de los resultados de la elección. La Junta de Gobierno ha sido un factor clave en la estabilidad política de la UNAM.

La próxima elección, me parece, tiene una circunstancia propia. Tengo la hipótesis de que las relaciones de la Universidad Nacional con el gobierno federal se han dado, recientemente, en el marco de la pérdida de fuerza del presidencialismo. Lo cual ha permitido a la universidad tener una acción política más libre, dentro y fuera de la institución. Considero que la alternancia trajo un alejamiento de la universidad con el Ejecutivo federal, relaciones más precavidas de ambas partes. Las relaciones con los presidentes panistas y con las autoridades del ramo educativo y hacendario no han sido fáciles, pero sí poco frecuentes de manera directa.

Al tiempo que el presidencialismo ha quedado limitado, la UNAM, por sí misma, ha cobrado fuerza, académica y política. Tales fuerzas han sido algunas de las claves importantes para defender a la universidad pública y su autonomía.

La universidad ha aumentado su matrícula, ofertado más programas de licenciatura y reforzado su bachillerato y su posgrado. Es la mayor productora de conocimiento en el país. Según el Estudio Comparativo de las Universidades Mexicanas (ExECUM), con 21 por ciento de los investigadores nacionales, registra 33 por ciento de los artículos mexicanos en el ISI Web of Knowledge. Y, además, ha remarcado su presencia cultural.

Hoy, la Universidad Nacional mantiene una postura propositiva en relación con la vida nacional, tiene un enorme reconocimiento de la sociedad y de los jóvenes, una presencia notable entre las universidades públicas del país y un diálogo abierto con todos los rectores. Ha ganado fuerza en la opinión pública, al tiempo que su rectorado ha conseguido articular a la comunidad y extender su representación en el Consejo Universitario.

Así, pues, sostengo que la UNAM tendrá amplios grados de libertad para elegir a su rector en los tiempos que se aproximan. Teniendo en cuenta que la figura de rector desempeña, en la actualidad, una enorme cantidad de papeles: es la que impulsa iniciativas académicas, la que abre espacios al trabajo académico, la que tiene el encargo de mejorar las condiciones de estudio de los alumnos. En las circunstancias actuales, el rector tiene el encargo de conseguir los recursos económicos, cabildear en el Congreso, gestionar su entrega oportuna y distribuir el presupuesto en la comunidad. Es quien encabeza las tareas administrativas y quien representa a la institución frente a la sociedad.

Además de los requisitos que marca la legislación, el rector de una universidad como la nuestra debe ser un personaje carismático, con “una fuerza personal continuamente demostrada”, reconocido como dirigente de “aquellos a quienes está destinada su misión” (Weber), quien tiene las condiciones de organizar y defender la institución en momentos conflictivos, quien puede participar y hacer propuestas para enriquecer la política de educación superior en el país. En consecuencia, llega a rector quien goce de legitimidad y capacidad para organizar el gobierno universitario, convocar a un buen equipo de colaboradores y dominar las tensiones institucionales, tan frecuentes en una colectividad compleja como la UNAM.

Los académicos esperamos que el rector nos brinde las condiciones para realizar bien nuestras tareas, que esté cercano a los jóvenes estudiantes, que enarbole los principios universitarios, que nos represente con dignidad, que sea éticamente intachable y que le sirva a la universidad con pasión, como sin duda lo ha hecho el doctor José Narro.


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