La formación de doctores en las universidades mexicanas y de América latina, en término generales ha sido un fenómeno reciente. Durante mucho tiempo las personas con estudios de posgrado fueron una rareza dentro del ambiente abiertamente profesionalizante de las instituciones de educación superior (IES) del país y de la región. A diferencia de los establecimientos universitarios de Europa y Estados Unidos, en México no era necesario que los profesores tuvieran maestría o doctorado para ejercer la docencia. Sólo entre aquellos dedicados a la investigación científica, humanística y de ciencias sociales, predominaban los estudios de posgrado.
No fue sino hasta la expansión de la matrícula en la educación superior observada en los años setenta, cuando las variantes de los estudios posteriores a la licenciatura aumentaron de manera significativa.
En la actualidad, los estudiantes de doctorado representan sólo alrededor de 7 por ciento de los alumnos de posgrado y éstos a su vez, son menos del 0.5 por ciento de la matrícula total del país. A últimas fechas, programas como el Promep y Supera han estimulado de modo importante el que la mayoría de los profesores de las IES públicas cuenten con grados superiores al de licenciatura.
La influencia externa también ha jugado un papel importante para el crecimiento de este nivel de estudios. En este sentido, vale la pena destacar que las propias instituciones académicas han sido los lugares que principalmente han absorbido a los graduados de maestría y doctorado.
A diferencia de lo que pasa en algunos países de alto desarrollo económico, el sector productivo casi no emplea personal con doctorado.
Ciertas características de los programas de doctorado también son de llamar la atención, como el hecho de que estén concentrados en muy pocas instituciones, la mayor parte de las cuales son de carácter público y se localizan en uno cuantos estados del país.
De los poco más de 3,500 programas de posgrado que actualmente hay en México, casi novecientos son de especialización, más de dos mil de maestría y sólo quinientos son de doctorado. Asimismo, los programas en cuestión corresponden mayoritariamente a las ciencias naturales y exactas, así como a las económico-administrativas.
Por otro lado, si bien el número de grados de doctor otorgados por la IES nacionales ha aumentado últimamente hasta llegar en la actualidad a alrededor de mil 400 por año, este número todavía es muy reducido si se compara con los poco más de dos millones de estudiantes que hay en la educación superior.
A mediados de los ochenta se otorgaban alrededor de 200 grados al año y las universidades que ofrecían tales programas no pasaban de 20. Las cifras anteriores dan cuenta de lo incipiente que ha sido la formación de doctores y el bajo número de ellos hasta ahora.
Sin duda, se requiere una mayor cantidad de ellos, a juzgar por los esfuerzos recientes desplegados por el gobierno y las IES públicas y privadas. Resultad pertinente entonces preguntarse más doctores ¿para qué?
En primer lugar, para mejorar las plantas académicas de las universidades y demás IES, pues resulta innegable que un profesorado con una mayor formación tendrá un mejor desempeño.
En este sentido se requiere que las IES aumenten el número de plazas de medio tiempo y tiempo completo para propiciar mejores condiciones y hacer más provechosa la actividad de los profesores con estudios de posgrado. También será necesario contar con el número de plazas suficiente para incorporar a los jóvenes que han sido becados al extranjero, pues se siguen dando casos en que muchos de ellos no regresan al país debido a la falta de oportunidades de empleo.
Esta situación resulta absurda, si se tiene en cuenta la inversión de recursos que con lleva su formación fuera de México y la necesidad de contar con gente con alto nivel de estudios en la resolución de los problemas del país. También constituye una cierta forma de subsidio a los países industrializados, pues en gran medida la formación de los estudiantes que emigran o permanecen en el extranjero corre a cargo del erario público.
Asimismo es indiscutible que el sector productivo –público o privado- requiere cada vez de persona mejor preparado. En el caso del sector público el campo de acción ha sido restringido significativamente por los recortes presupuestales que han significado el “adelgazamiento” de dicho sector.
En cuanto al sector privado, es muy notorio que las pequeñas y medianas empresas han sido renuentes a emplear profesionales o técnicos de alto nivel porque son muy pocas las que invierten en desarrollo tecnológico e innovación a gran escala.
Por el lado de las grandes empresas, extranjeras en su gran mayoría, recurren a sus sedes centrales para abastecerse de tecnologías de punta y de esa manera, sus requerimientos de tecnología nacional son muy escasos.
El personal con alta preparación científica y tecnológica resulta indispensable en la resolución de los grandes y complejos problemas que enfrenta la sociedad mexicana en los distintos sectores (energético, medio ambiental, educativo, de salud, agrícola, manufacturero, etcétera).
Sería muy lamentable que teniendo personas con un altísimo potencial para contribuir a mejorar las condiciones de vida de la población del país, sus esfuerzos se siguieran desperdiciando por falta de oportunidades y se les orillara a dejar el país o a trabajar en actividades en las que no puedan desarrollar plenamente sus conocimientos y habilidades.
Los aspectos aquí señalados serán discutidos en una reunión internacional a celebrarse la próxima semana en la Universidad de Washington en Seatle, a la que hemos sido convocados algunos colegas que nos dedicamos a estos asuntos. En la próxima colaboración daré más detalles de dicha reunión.
