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Educación y ocupación de los inmigrantes en EU
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 139 [2005-08-04]
 

La idea de que migrantes con altos niveles de escolaridad se desempeña en el mercado laboral de los Estados Unidos en empleos de baja calificación está muy extendida. Se asegura que personas con maestría o doctorado realizan actividades muy variadas que no requieren más allá de una educación elemental. Sin embargo, generalmente se trata de apreciaciones con escasa evidencia empírica.

Un grupo de investigación del Banco Mundial ha venido trabajando sobre migración, desarrollo y comercio en servicios (Aaditya Mattoo, Ileana Cristina Neagu, and Çaglar Özden) y hace un par de meses presentaron sus resultados preliminares. El reporte se refiere al tipo de ocupación que alcanzan los que emigran a los Estados Unidos, según su nivel de escolaridad y país de origen (Brain Waste? Educated Immigrant in US Labor Market).

Las preguntas que intentaron responder se refieren a la dimensión que alcanza el empleo no calificado entre los inmigrantes educados y si las diferencias se podrían explicar por rasgos observables en el país de origen. Es una vertiente interesante en el estudio de los flujos de migración intelectual. Básicamente porque una buena parte de los estudios existentes se han enfocado sobre los ingresos que logran quienes se dirigen al mercado laboral estadounidense y otros sobre los efectos positivos o negativos de la fuga de cerebros. El análisis del Banco Mundial presenta algunos cálculos que muestran las diferencias de logro ocupacional con niveles educativos nominalmente casi iguales pero que fueron adquiridos en distintos países.

Un primer aspecto que cabe advertir es la fuente de información. Los cálculos del estudio provienen de una muestra del uno por ciento del censo estadounidense del año 2000. Es decir, aunque se trata de información relativamente reciente, se refiere a empleos desempeñados en los años noventa y no considera los cambios notables de la política migratoria de los últimos años. Cambios que no solamente alteraron los flujos de personas al interior de los Estados Unidos sino en el conjunto de naciones. Además, la muestra no consideró a las mujeres, el análisis se restringió solamente a hombres educados fuera de ese país, entre 25 y 65 años y que estaban empleados al momento en que se realizó el censo.

Los niveles educativos considerados fueron desde educación básica incompleta hasta doctorado (nueve categorías). Las más de 500 ocupaciones que registra el censo, las agruparon en seis grandes categorías: científicos; profesionales (abogados, médicos, dentistas, farmacéuticos); calificados (16 años promedio de educación, como los contadores, ingenieros, profesores); apoyo profesional (entre 12 y 16 años de educación); semi-calificados (técnicos en ingeniería, asistentes administrativos) y no calificados (meseros, vendedores, mecánicos, trabajadores de la construcción, conductores, etcétera).

En la muestra estuvieron representados 130 países de origen de los inmigrantes, auque México fue el de mayor porcentaje con cerca del 40 por ciento del total. Según los datos, el 22.5 por ciento de los inmigrantes que llegaron a los Estados Unidos en los años noventa tenían al menos educación media superior, aunque con grandes variaciones por país. Por ejemplo, solamente el 2 por ciento de tres grandes países de origen (México, Salvador y Guatemala) habían alcanzado ese nivel de estudios.

Los resultados que se presentan son reveladores de grandes diferencias. Por ejemplo, una persona procedente de México con bachillerato, tenía 24 por ciento de probabilidades de obtener un empleo calificado, las posibilidades aumentaban a 36 por ciento si era un profesional y a 43 por ciento si tenía una maestría. Mientras que uno de Brasil, con nivel educativo, experiencia y edad similares, tenía el 42, 57 y 59 por ciento de probabilidades, respectivamente. Y si provenía de Canadá las posibilidades se elevaban a 67, 89 y 76, también respectivamente.

Las probabilidades de obtener un empleo como científico son bajas para casi todos los países. Para un japonés y un chino es de 15 por ciento, para un ruso es de 9 por ciento, mientras que para un mexicano es de 2 por ciento y para un egipcio es de uno por ciento. Las probabilidades mejoran si se trata de un empleo profesional, especialmente para el egipcio sus posibilidades aumentarían a 70 por ciento, para un mexicano también, pero en menor proporción (13 por ciento).

En general, entre los países que tienen las probabilidades más bajas de obtener empleos calificados están los latinoamericanos (con ciertas diferencias entre sí), los de Europa del este y oriente medio. En el caso contrario están algunos países de Asia, los de la Unión Europea, Australia y Canadá. Según los cálculos y análisis del estudio, las variaciones entre los distintos países se pueden explicar por los rasgos del país de origen que influyeron en la calidad del capital humano. Alguno de los más importantes que se mencionan son el gasto que se destina a la educación superior (un aspecto que es, precisamente, motivo de discusión en la región), la adquisición y uso del idioma inglés, los conflictos armados e inestabilidad local que repercuten en el umbral de calidad de los recursos humanos. También añaden la influencia de la política migratoria de los Estados Unidos, particularmente la que permitió la entrada por referencias familiares, los visados azararozos y las de asilo político.

Las implicaciones del tema son muy variadas y de muy diverso orden, pero convendría iniciar localmente con lo más elemental: cuál es la dimensión exacta de los flujos de la migración intelectual.


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