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Vigencia de la autonomía universitaria
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 94, pp.10 [2004-08-26]
 

Ahora que la UNAM celebra –y recibe el reconocimiento del propio Congreso de la Unión los 75 años de su autonomía es pertinente reflexionar sobre la vigencia de dicho principio en la época actual, caracterizada ésta por la estrechez financiera y los intereses mercantiles que pretenden reducir la capacidad de iniciativa de las instituciones de Educación Superior (IES). Como es sabido desde que las primeras universidades se establecieron en el medievo, la autonomía ha sido una directriz que las ha acompañado desde entonces, ya fueran “corporaciones de estudiantes” (Bolonia) o “corporaciones de maestros” (París).

En su moderna acepción la autonomía significa, parafraseando a Carlos Tünnermmann, un conjunto de libertades determinadas en una ley o en un precepto constitucional, en el cual el Estado reconoce a una universidad o institución de enseñanza superior, la facultad de darse a sí misma las normas que rijan su organización, gobierno y régimen académico, sin interferencias externas. Las cuatro dimensiones de la autonomía comprenden la investigación, la docencia, los órganos académicos y la administración.

El logro de la autonomía, por ciento, no ha sido una concesión gratuita de los gobierno. Han sido necesarios en muchas ocasiones largos procesos de lucha. En el caso de la UNAM, el movimiento encabezado, entro otros, por Alejandro Gómez Arias en 1929 culminó con el reconocimiento pleno del entonces presidente Emilio Portes Gil a la capacidad de la Universidad Nacional para regirse a sí misma.

Cabe mencionar también que la lucha por la autonomía universitaria en América Latina recibió la influencia decisiva de la Reforma de Córdoba, llevada a cabo en 1918 por una intensa movilización estudiantil. Dicho movimiento tuvo como principios cardinales el cogobierno, la vinculación de la política estudiantil con la de carácter nacional, la extensión de la enseñanza universitaria a la comunidad, la gratuidad y la libertad de cátedra e investigación, entre otras.

La Reforma del 18 fue, asimismo, la expresión de las aspiraciones políticas de una emergente clase media, ansiosa por escalar peldaños y acceder a las posiciones que hasta entonces sólo disfrutaban la burguesía y la aristocracia. En ese sentido, la Reforma estuvo inextricablemente vinculada al surgimiento del modernismo y el Estado benefactor en un periodo de optimismo progreso para los emergentes sectores medios de la sociedad argentina.

En los tiempos actuales en que asistimos al desmantelamiento del Estado benefactor y en el cual un número cada vez mayor de universidades en todo el mundo está siendo fuertemente presionadas para reducir sus márgenes de conducción autónoma, debido a las crecientes demandas del mercado y los imperativos gubernamentales, cabe preguntarse acerca de su vigencia, así como de las formas para preservarla e, incluso fortalecerla.

Más aún, ¿se contrapone la autonomía universitaria a la constitución y desarrollo de un verdadero sistema de Educación Superior? Para responder a ésta y otras interrogantes conviene recordar que autonomía no significa independencia total y absoluta del poder central ni creación de un Estado dentro de otro Estado.

La responsabilidad de la universidad por cumplir con sus funciones sustantivas de la mejor manera posible no está reñida con la transparencia en el uso de los recursos que la sociedad pone a su disposición para tal efecto. La autonomía sigue siendo, en consecuencia, la condición imprescindible e irrenunciable para enseñar, investigar y difundir el conocimiento y la cultura. ¡Enhorabuena por estos primero 75 años!


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