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El Ad honorem de Dylan
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 87 [2004-07-01]
 

Apareció vestido con la rigurosa toga negra, la muceta con su cinta azul pálido, los botones al frente del mismo color y en su mano izquierda sosteniendo, seguramente, su reciente título honorario de doctor en música. No se sabe si fue por la hora –que a juzgar por las condiciones de su cabello parece que salió muy apresurado- o por la ceremonia misma, pero su rostro enjuto parecía impaciente y poco amigable; miraba de reojo a la persona que estaba a su lado, el rector de la universidad escocesa de Saint Andrews. Por el contrario, el rector lucía contento, sosteniendo en sus manos su propio birrete y sonriendo.

La foto apareció la semana pasada en la primera plana de este diario. Se trataba de la ceremonia del pasado 23 de junio en la cual Bob Dylan, músico y compositor estadounidense de 63 años, recibió el doctorado honoris causa en música por la Universidad de Saint Andrews, la universidad escocesa más antigua y una de las instituciones educativas a las cuales acude la nobleza británica.

Bob Dylan nació en Duluth, Minnesota, en 1941 y creció en Hibbing, en la frontera con Canadá. Fue un compositor precoz, puesto que a los diez años ya estaba escribiendo sus primeros poemas y probablemente tocando algunas desafinadas notas. Una década después, bajo la influencia de Woodie Guhrie, activista político, compositor y cantante de folk, parece que Dylan ya tenía clara su inclinación por las letras y la música.

De hecho, el nombre verdadero de Bob Dylan es Robert Allen Zimmeerman, pero tomó su nombre del poeta galés Dylan Marlais Thomas. Un poeta talentoso pero un tanto neurótico y atormentado que no alcanzó a cumplir los cuarenta años; murió en 1953, al parecer exhausto de sus lecturas itinerantes por Estados Unidos y con varias dosis de cortisona y otros fármacos encima.

La trayectoria de Bob Dylan que el profesor Cortoran dibujó, este profesor fue el encargado de presentar la candidatura, muestra el amplio aspecto de letras.

Se refiere, por ejemplo, a sus primeras canciones de compromiso político y que están vinculadas a los movimientos de los derechos civiles americanos, o las de mediados de los años sesenta (‘Desolation Row’), tiempos turbulentos y cambiantes. También a las canciones de amor y esperanza. En 1971 publicó su primer libro Tarántula, aunque con poco éxito.

Lo más relevante es que Cortoran señaló que a Dylan se le habían conferido varias distinciones, como la Orden de Artes Letras en 1990 del gobierno francés, su entrada al salón de la fama, los óscares por algunas de sus canciones o las sucesivas nominaciones al premio Nobel de Literatura en 1997, 1998 y 1999, pero Dylan solamente había aceptado un grado honorario antes, el de Princeton en 1970, hace más de 30 años.

Por tanto, dijo Cortoran, “parece apropiado que su segundo grado de este tipo provenga de la universidad escocesa más antigua, ya que baladas y canciones folk de la frontera escocesa han inspirado algunas de sus melodías”.

Efectivamente, Dylan solamente había aceptado el grado de doctor de Princeton. En 1970, al recibir el grado honorario de esa universidad, le habían dicho que era uno de los músicos populares más creativos de la década anterior pero también que, “aunque se estaba acercando peligrosamente a los 30 años, su música permanecía como expresión auténtica de la conciencia de la juventud americana” (www.priceton.edu). Tres décadas después persiste el reconocimiento, pero ya parece poco dispuesto a las bromas.

El doctorado honoris causa forma parte de la tradición de las universidades europeas que rápidamente se extendió a todo el mundo y en mayor medida en Estados Unidos.

Asegurado el título de doctor como el de mayor rango en las instituciones académicas (en la tradición española aparece en el siglo XV), éstas buscaron hacerse del mayor número posible de estos doctores en su plantilla de personal, pero esto solamente parecía posible a título honorífico puesto que en su mayoría ya pertenecían a otros claustros académicos.

La distinción honoris causa o ad honorem solamente es atribuible a evidentes y probados méritos académicos. Distinción que también se extiende, como en el caso de Bob Dylan que no cuenta con estudios académicos formales pero sí con méritos, a literatos, políticos, pintores, músicos o cualquier otra persona que la institución juzga pertinente.

Se entiende que la distinción y los beneficios del título honorario son tanto para la institución como para quien recibe el grado.

En México, la UNAM es la institución que más títulos honorarios ha otorgado. Desde 1910 se incorporó a esta tradición y ha entregado más de un centenar (136 hasta 2001).

Otra de las universidades que también ha otorgado varios títulos de este tipo, la Universidad Autónoma de Puebla, ha acumulado casi medio centenar en sus más de cuatro décadas de existencia.

La Universidad Autónoma Metropolitana, una veintena, y en este año precisamente cumple tres décadas de existencia. Por cierto, en 1998 el escritor Fernando del Paso renunció de manera irrevocable al doctorado honoris causa que esa institución le ofreció, al parecer por las sucesivas postergaciones para nombrarlo.

Las distinciones son un aliciente para quien las recibe, y en algunos casos también para quien las otorga (como en el caso de los títulos ad honorem), pero los mecanismos que involucran las designaciones son insondables. A pesar de la normatividad, las decisiones no siempre son compartidas e incluso en ocasiones son fuente de discordia. Ya nos ocuparemos de examinar las reglas de los premios y distinciones. Por ahora vaya una felicitación al doctor Dylan.


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