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Dilemas éticos del "rejuvenecimiento" mental
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 86, pp.11 [2004-06-24]
 

En el número de mayo del Stanford Report apareció un artículo escrito por Amy Adams en el que se da cuenta de una muy interesante reunión a la que asistieron investigadores en neurociencias, especialistas en ética y psicólogos. El objetivo era debatir y reflexionar en torno a las implicaciones éticas de los más recientes avances en la investigación sobre la memoria y otras funciones cerebrales.

El punto central fue discutir si al igual que mucha gente (mujeres y hombres) se hace quitar las arrugas del rostro, se reduce el tamaño de la nariz o paga por cursos que mejoran sus puntajes en las pruebas estandarizadas (tests), también podrían usarse drogas que aumentan la capacidad de la memoria o hacerse implantes para mejorar las funciones cerebrales.

Los participantes en la mesa de debates consideraron, en primer término, que la diferencia principal entre las mejoras físicas tales como la cirugía plástica y el mejoramiento de las funciones neuronales mediante drogas o implantes cerebrales ocurre cuando se toma a la persona en su totalidad.

Un arreglo de la nariz no cambia lo que es el individuo en su esencia, pero las drogas sí lo pueden hacer. Podría ocurrir que ciertos fármacos alteraran la forma en que el cerebro trabaja, alterando sustancialmente la personalidad. Algunas drogas pueden inclusive tener consecuencias tan inesperadas como acelerar el agotamiento de las funciones cerebrales a edad avanzada.

En este sentido, por ejemplo, una de las participantes al encuentro señaló la ausencia de estudios que establezcan con precisión los efectos a largo plazo de las funciones cerebrales en los niños que toman un medicamento llamado Retalin para controlar la hiperactividad o en las personas que consumen antidepresivos.

La situación parece complicarse más aún en el caso de drogas como el Modafinil, que puede mejorar la memoria o la capacidad de concentración.

Este tipo de medicamentos podría ser muy atractivo para ciertos profesionistas que quisieran alcanzar mayores niveles de rendimiento, pero los costos, a juicio de los participantes en el debate, serían muy altos, pues podría ocurrir que algunos individuos pertenecientes a un determinado campo profesional utilizaran una droga que les hiciera duplicar su productividad.

Lo anterior podría significar un aliciente para que otros colegas utilizaran el mismo medicamento, tal como sucede con algunos atletas profesionales que se sienten obligados a ser más competitivos consumiendo esteroides. Sería previsible también que las diferencias en productividad provocaran conflictos entre colegas o desigualdades sustanciales en sus salarios.

Otro de los participantes recomendó distinguir entre las alteraciones potencialmente dañinas para el cerebro y el tipo de actividades que modifican la función cerebral que han tenido lugar desde los albores de la civilización.

Así, cada vez que una persona fuma un cigarrillo, bebe un vaso de vino o se toma una taza de café al levantarse, las funciones del cerebro de esa persona se alteran, y se preguntó “¿qué diferencia hay cuando se consume alguna droga?”.

También señaló acerca del Retalin, que alguna vez fue un remedio bien recibido por los padres de niños difíciles de manejar, en la actualidad se prescribe ampliamente y lo consume un buen número de estudiantes universitarios que necesitan ayuda para concentrarse antes de los exámenes.

Asimismo, se siguen desarrollando modernas técnicas que proporcionan imágenes del cerebro las cuales revelan aspectos de la personalidad como la tendencia a mentir o a ser agresivo. Ante todos estos avances de la ciencia y la tecnología, los investigadores plantearon diversas posiciones acerca de las modalidades de acceso y difusión para dicha información.

También debatieron la necesidad de establecer legislaciones específicas para controlar el uso de drogas y mecanismos que alteren el funcionamiento del cerebro.

Es claro que estos temas y los dilemas que de ellos se derivan deben plantearse abiertamente para poder encontrar medidas adecuadas que prevengan el surgimiento de situaciones que pudieran ir en contra del interés público. Aquí es donde el diálogo de las disciplinas científicas y humanísticas (como en este caso la ética) resulta imprescindible para enfrentar las implicaciones que el conocimiento científico tiene sobre la vida de las personas.


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