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Universidad sin condición
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 70 [2004-02-26]
 

El 11 de octubre de 1999, Jacques Derrida, el célebre filósofo francés, visitó la Universidad de Albany (Nueva York) en donde dictó la conferencia “El futuro de la profesión o la Universidad sin condición", alocución posteriormente traducida en varias lenguas y publicada en español por la editorial Trotta en 2002. La lección llama, como cabría esperar, a una reflexión sobre el sentido de la autonomía académica en la universidad contemporánea. No era la primera vez que el autor se refería al tema, antes se publicaron dos textos de su autoría, bastante conocidos y debatidos en su momento. El primero, a mediados de los ochenta, con el título “Kant: El conflicto de las facultades”, incluido en la compilación La filosofía como institución (Barcelona, Granica, 1984); el segundo, “Las pupilas de la Universidad. El principio de razón y la idea de Universidad”, en Cómo no hablar y otros textos, Barcelona, Proyecto “A” Ediciones.

Las ideas del filósofo francés sobre la universidad en general, y acerca del papel de las humanidades en particular, son estimulantes y ofrecen ángulos de visión originales. Conviene recordar algunas para avanzar en la reflexión que hemos iniciado en torno a los temas de autonomía universitaria, evaluación y rendición de cuentas.

En “Las pupilas de la Universidad” Derrida hace notar que ni en su forma medieval, ni en la moderna, “ha dispuesto la Universidad de su autonomía absoluta y de las condiciones rigurosas de su unidad” Esta afirmación lleva consigo supuestos que no son triviales. Ante todo, da por sentado que la Universidad es fundamentalmente un proyecto social y, por ello, expresa en todo tiempo los dilemas del conjunto social. Sin embargo, para cumplir su misión histórica, que supone un compromiso radical y permanente con la razón y la verdad, la Universidad requiere establecer una forma propia de racionalidad ajena a las presiones del entorno. Por ello, la Universidad “refleja” a la sociedad “concediéndole la oportunidad de la reflexión, es decir también de la disociación”

Esa condición reflexiva tiene un doble significado. Por un lado, implica que el ritmo interno del “dispositivo universitario” es relativamente independiente del tiempo social. Por otro, implica “la oportunidad de una vuelta sobre las condiciones mismas de la reflexión”. Es como, dice el autor, “si con ayuda de un nuevo aparato óptico se pudiera por fin ver la vista (o como) si por medio de un dispositivo acústico se lograra oír la escucha.”

Aclarado el punto, el dilema que se abre es relevante ¿Cómo puede la Universidad conciliar en todo tiempo sus propósitos de pertinencia social y de irreducible compromiso con las formas puras del conocimiento? En palabras de Derrida,“¿Es posible conservar la memoria y conservar la oportunidad?” Su primera respuesta es conceptual: “Me inclino a pensar que una no se conserva sin la otra (y que) esta doble custodia está asignada, como su responsabilidad, al extraño destino de la Universidad.”

En “La Universidad sin condición” el filósofo vuelve al tema reformulándolo en los siguientes términos “Es aquí el lugar donde la universidad se expone a la realidad, a las fuerzas del afuera (ya sean culturales, ideológicas, políticas, económicas u otras). Es ahí que la universidad está en el mundo que intenta pensar. Sobre esta frontera debe entonces negociar y organizar su resistencia. Y asumir sus responsabilidades. No para encerrarse y para reconstruir ese fantasma abstracto de soberanía del que ella habrá comenzado quizás a deconstruir la herencia teológica o humanista.”

¿Cómo puede entonces la Universidad oponer una efectiva resistencia a los embates del poder (económico y político) que busca pautar su desarrollo, redefinir sus propósitos académicos y reorientar el sentido de sus vínculos sociales? La respuesta de Derrida se vuelve, esta vez, al terreno político: “aliándose con fuerzas extra-académicas para oponer una contraofensiva inventiva, por sus obras, a todas las tentativas de reapropiación.”

Añade algo de gran interés, “la universidad sin condición no se sitúa necesariamente, ni exclusivamente, en el recito de eso que hoy se llama la universidad. Ella no está necesariamente, exclusivamente, ejemplarmente representada en la figura del profesor. Ella tiene lugar, busca su lugar en todas partes donde esta incondicionalidad pueda anunciarse. En todas partes donde ella se da a pensar”

Quiere esto decir que en la defensa de la autonomía universitaria, particularmente en su vertiente académica, la institución requiere aliarse con aquellas bases sociales que ven en el proyecto universitario una opción defendible, toda vez que reúne y condensa aspiraciones de la sociedad. La capacidad de respuesta universitaria a tales aspiraciones se vuelve entonces elemento estratégico de su propia supervivencia. Lo más importante, implica el pasaje de una opción defensiva a otra constructiva.


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