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Universidades argentinas: salir de la crisis
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 27, pp.8 [2003-04-03]
 

El número más reciente del boletín trimestral que publica el Centro Internacional de Educación Superior del Boston College publicó una serie de artículos acerca de la situación que guarda dicho nivel educativo en diversos países del mundo. Reseñamos el de la profesora Marcela Mollis, que aborda las circunstancias como se hallan las universidades argentinas luego de una década de reformas. Muy pocos desconocen la serie de crisis económicas por las cuales ha atravesado la nación conosureña en la década de los 90, las cuales se agudizaron dramáticamente a inicios del nuevo siglo, causando una tremenda sacudida a todo el sistema político.

De acuerdo con Mollis, mucha de la responsabilidad por los hechos que llevaron a la sociedad argentina al borde de la catástrofe están en lo que economistas como Joseph Stiglitz (premio Nobel 2001 y alguna vez importante funcionario del Banco Mundial) han señalado en cuanto que la economía de mercado no produjo los esperados beneficios sociales a las economías emergentes (Argentina, México y Brasil, entre otras). Así, problemas como desempleo, pobreza y violencia se han incrementado a pesar de haber cumplido con las recetas prescritas por el Banco Mundial y el FMI, basadas fundamentalmente en la privatización de las empresas paraestatales y diversos ajustes fiscales.

La difícil situación de las instituciones universitarias argentinas está llena de contraindicaciones. Se da en el contexto de un nuevo “sentido común” que reconoce el valor social de la educación superior a partir de su papel en el cumplimiento de las demandas del mercado laboral y el fortalecimiento de la competitividad.

Para muchas universidades, señala Mollis, su valor radica en los salarios de sus egresados. Observa también un fenómeno que merecería estudiarse más a fondo, para conocer mejor sus causas y dinámica. Por un lado, se ha observado un dramático aumento en la tasa de desempleo de los egresados universitarios (actualmente 25% de la población económicamente activa carece de un trabajo fijo), lo cual no resulta sorprendente en el marco de una fuerte recesión económica. Por otro, también ha crecido de modo muy significativo el número de estudiantes universitarios. De 149 alumnos por cada 10 mil habitantes que había en 1980, se ha llegado a 478 en el mismo indicador en 2000. El total de estudiantes en educación superior un millón 700 mil no está muy alejado del que existe en México (poco más de 2 millones), en un país con casi la tercera parte de la población. Pareciera que la universidad fuera, en el imaginario de muchos jóvenes, un refugio contra la frustración del medio socioeconómico.

Asimismo, se ha incrementado el número de universidades privadas. Este aumento, según Mollis, se ha debido a la percepción de que las universidades tradicionales no han cumplido satisfactoriamente las necesidades y expectativas de la población demandante de sus servicios.

Por último, a pesar del establecimiento de organismos especializados en la evaluación y acreditación, el fortalecimiento de los valores democráticos y el mejoramiento de la calidad aún dejan mucho qué desear. Frente a la dramática situación de la universidad argentina, conviene reflexionar y recordar las muchas semejanzas que tienen México y Argentina con respecto a las políticas implementadas en la economía en general y del sistema de educación superior, en particular. Ello nos haría conscientes de la poca distancia que existe entre las dificultades crónicas y la catástrofe.


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