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La desorganización de la educación
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 83 [2004-06-03]
 

Como sociólogo que soy, en ocasiones pienso que uno de nuestros problemas es la mala organización a la que han llegado distintas instancias en la sociedad. Me pregunto si es que a los mexicanos no se nos dio el don de ser bien organizados, porque de no conseguirlo perderemos capacidad de competencia. Las respuestas son complejas. Una abarca desde condiciones estructurales hasta deficiencias éticas que impiden el impulso de aquel espíritu de innovación que nos vuelva más eficientes. Otra se refiere a que un sistema político desordenado no puede conducir la realidad social.

En estas circunstancias, la falta de credibilidad traba a la sociedad para que se organice según distintos propósitos. Sin cohesión, la sociedad desprende fuerzas centrífugas en todos sus ámbitos, siendo uno de ellos el educativo.

Uno de los objetivos del Plan Nacional de Educación es coordinar el sistema de nivel superior. Pues bien, dicho sistema se divide en tres segmentos: el universitario, el tecnológico y el privado. Cada uno sigue su dinámica propia.

Ni visión ni acciones aparecen para que el conjunto tenga armonía. La división fue estimulada intencionalmente desde el gobierno y, por mucha planeación, el sistema se le escapa de las manos. Como en otras esferas de la administración pública se transmite una impresión de caos.

La desorganización del sistema educativo es una constante estructural que impide mejores logros. Lo atraviesa verticalmente en sus niveles.

El bachillerato, por ejemplo, se divide en dos opciones: el general de carácter propedéutico, orientado a que los estudiantes sigan al nivel superior, y el llamado bivalente, orientado a la educación tecnológica y profesional técnica.

Los dos tipos se imparten en una enorme gama de instituciones. Cuando se observa el conjunto no se aprecia una acción coordinada que haya permitido fortalecer o mejorar la calidad de la enseñanza.

El bachillerato no ha sido tratado desde una lógica política que permita educar bien a los jóvenes en un momento decisivo de sus vidas. La mayor parte de sus profesores son de asignatura, los de carrera son escasos y no se dan a vasto.

Los grupos de alumnos se han agrandado. Les enseñan a pasar exámenes. Pero, el problema es bastante más grave y una de sus ecuaciones es que el nivel medio superior no está organizado y reconocido como tal.

Ello no se traduce en que el bachillerato se desprenda de las universidades autónomas por ley, sino en la necesidad de acuerdos y políticas integrales que permitan elevar el nivel intelectual y cultural de los estudiantes.

En los casos en los cuales la preparatoria es parte de una institución educativa de nivel superior es fundamental que exista articulación entre los estudios de bachillerato y los de licenciatura. Lo que ya no se puede es mantener un clima académico relajado, falta de condiciones de estudio y una gestión administrativa eficiente.

Un bachillerato descuidado ha ido de la mano de un creciente porrismo al que nadie llama por su nombre y mucho menos combate. Dejar pasar, dejar hacer como en el mercado.

Se podrían llenar páginas y páginas con ejemplos que ilustran la falta de organización. Cito algunos más. Queremos un currículum flexible en la licenciatura y crear nuevas carreras acordes a las necesidades nacionales pero nos lo impiden normas rígidas y costumbres añejas.

El posgrado y la investigación científica y humanística se tocan pero no tienen la debida vinculación orgánica. Tampoco hay ligas funcionales entre la licenciatura y el posgrado, que de no crearse va a influir en una disminución del nivel educativo ante la expansión de la matrícula en este último.

La administración no está al servicio de los profesores. Para avanzar se requiere una gestión eficiente pero ésta no llega, porque la obstaculizan intereses de grupo. El país necesita producir conocimiento y le disminuyen drásticamente el presupuesto a la ciencia.

Aumenta la producción de libros y artículos para revista pero las instituciones carecen de los recursos suficientes para publicar. Al mismo tiempo, la evaluación exige que los académicos publiquen.

La planta académica se ha envejecido pero ni hay soluciones para la jubilación ni creación de plazas nuevas. No se producen los suficientes intercambios entre las instituciones públicas de educación superior en el país, lo cual estimula la endogamia, que milita contra la buena academia. Como dije, la lista podría alargarse.

Qué lástima que además de la falta de dinero nos hayamos dejado meter en una desorganización tan grande y que ahora, gracias al desorden político, nadie querrá arriesgar su propio capital político para componer las cosas, porque los tiempos no son propicios. Qué pena que la apatía de nuestros colegas no les permita comprometerse en asuntos que atañen directamente a su vida académica.

Que no les permita luchar para que, como a nuestros pares en otros países, nos dejen dedicarnos largo tiempo, muchas veces varios años, a discutir un problema específico antes de escribir. Que no se animen a conseguir un buen ambiente para reflexionar, enseñar y darle sustancia a nuestros productos académicos. Y, no obstante, necesitamos cambiar este desbarajuste que nos exige trabajar más para obtener sólo algunos frutos.


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