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¿Se puede salvar la política?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 79 [2004-05-06]
 

Los universitarios prestamos atención sistemática a los acontecimiento nacionales y entre nuestras tareas tenemos la de formar opinión pública. Nos encontramos en una situación política que deviene de un cambio inacabado, que ha afectado y está afectando a todos los espacios de la vida social. Algunos actores políticos consideran que lo que ocurre es simplemente producto de una coyuntura: estamos en medio de una turbulencia.

La observación es meramente puntual. Un análisis de proceso permitiría interpretar el momento actual como resultado de una deterioro creciente que ha sumido al sistema político en una crisis cuyas salidas no se ven en lo que pueda del sexenio. Los enfrentamientos verbales por la corrupción han provocado una fractura en el Estado que es de cuidado. Son la gota que derramó un vaso agitado, que permitió dar cauce a contradicciones, que no son aparentes sino de esencia. Han predominado los intereses de facción o individuales sobre los proyectos de nación, sobre los de Estado.

Hace uno días, el presidente convocó a dejar la politiquería y hacer política. Un paso difícil si se tienen en cuenta la descomposición de la clase política que ha renunciado, precisamente, a hacer su trabajo político. Las palabras que de ella se recogen en estas semanas son complot, contubernio, fraude, chantaje, rompimiento, falta de diálogo. (El caso de Cuba que me llega tarde, es parte de lo mismo). Y no es raro. Todavía están aquí las ataduras culturales del viejo régimen.

Los partidos y los políticos siguen haciendo política como antaña y no se ve ni para cuándo pueda haber cambio de valores, creencias y acciones que alteres los modos de este ejercicio.

Por lo pronto, lo que hay es pérdida de legitimidad y confianza, falta de reconocimiento a la representación y representatividad de quienes gobiernan y de quienes están encargados de hacer o aplicar las leyes. Está trastocado el Estado de derecho, la procuración de justicia ha quedado hecha añicos.

La alternancia en el poder y un juego más plural en los intercambios políticos entre los poderes y los partidos no ha permitido llevar adelante la transición a una forma de vida democrática. Los vacíos de poder llenados por los medios tampoco. A veces más que aclarar confunden a los ciudadanos.

Las estructuras de mando corporativas en el gobierno han resistido el embate de la alternancia, igual que el clientelismo, el influyentismo, los pesos políticos desiguales y un centralismo exacerbado, rasgos todos que propiciaban la estabilidad política y ahora interrumpen la vía ciudadana a la participación responsable y producen ineficacia en las acciones de la administración pública.

La resistencia para que se abran nuevas opciones políticas se mezcla con la crisis fiscal del gobierno, que reconoce una deuda de cerca de la mitad del Producto Interno Bruto, y con una economía que por falta de inversión y mercado interno, entre otras cosas, no tienen condiciones de creer.

Así, en la lucha por el poder, la intimidación, la amenaza, los golpes bajos, la extorsión, la transa y la manipulación afloran cotidianamente; un escándalo en los medios encubre otro. Tensión al límite y conflicto entre los actores políticos será lo que registre la memoria colectiva de estos tiempos. La felicidad democrática se dejó escapar por las malas condiciones que dejaron los gobiernos anteriores en el entramado político y la falta de experiencia e irresponsabilidad para revertirlas. Se actúa en el campo político dejando de lado los principios.

Una transición acotada ha sido incapaz de crear un nuevo código moral para la conducción de los asuntos públicos. Ética y política no se cruzan y en su falta de relación se corren muchos riesgos porque se desgaja la cohesión social y se aviva las frustraciones de los sectores de la población que han sido excluidos de los beneficios del desarrollo.

La incertidumbre ocasionada por las formas de la actividad política y la falta de soluciones eficaces a los problemas económicos que enfrenta la ciudadanía, el desempleo y una pésima distribución del ingreso, hacen que quienes tienen voz, algunos empresarios, intelectuales y comunicadores, reclamen un cambio en el modelo de desarrollo.

La incertidumbre ocasionada por las formas de la actividad política y la falta de soluciones eficaces a los problemas económicos que enfrenta la ciudadanía, el desempleo y una pésima distribución del ingreso, hacen que quienes tienen voz, algunos empresarios, intelectuales y comunicadores, reclamen un cambio en el modelo desarrollo.

No es extraño que los ciudadanos, por su parte, respondan preferir un régimen autoritario que resuelva los problemas de la economía (trabajo para vivir y futuro para los hijos) o un cierto grado de corrupción con tal de que la sociedad funciones. (Véanse los resultados de la encuesta del PNUD publicados en el periódico La Crónica el pasado 23 de abril).

La subjetividad, las percepciones y emociones cuentan en política. ¿Se podrá revalorizar la política para que el país progrese sustancialmente? ¿Este caos político que percibimos continuará impidiendo la reforma del Estado? ¿Podríamos esperar que en las próximas contiendas electorales los partidos y sus candidatos propongan proyectos y esgriman argumentos de fondo que atraigan a los votantes? Estas son algunas preguntas de vital importancia para la academia y para las esferas desde donde se conducen los asuntos públicos.

La transición de un régimen autoritario de partido de Estado a un sistema de competencia de partidos con división de poderes y bienestar social está enfrentando problemas bastante graves.

Por ahora, a la democracia se le restringen posibilidades y se le cierran caminos. Los ciudadanos deberían exigir sus derechos básicos de participación política antes de que sea demasiado tarde, pues de otra forma no llegaremos a una democracia auténtica.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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