La política aparece en el país como un fantasma que da temor a quienes presencia el juego de fuerzas. Los políticos están enfrascados en un pelito de todos contra todos en el cual alguien resultará muerto. ¿A ver quién queda vivo? Dijo una de las pocas voces sensatas al referirse a esta realidad convulsa. Por ahora, la política se hace para desprestigiar al adversario, para romperle su carrera política, restarle puntos a su popularidad. Los políticos actúan irresponsablemente y no piensan en las consecuencias de lo que dicen y hacen. En todos los partidos hay acusaciones, conflictos o purgas, expulsiones y desplazamientos del oponente. La agresión y la descalificación al otro son las respuestas. Nadie reflexiona. Los medios transmiten el bullicio. Al ciudadano común ya le cansa ver esta comedio de mentiras y videos que no tiene fin.

El razonamiento ha sido asesinado por tanta patraña. Las puertas de entrada al espacio político han quedado cerradas. Su reapertura radica en hacer un verdadero tránsito a la democracia. Romper las ataduras del viejo régimen, combatir en serio la corrupción, crear nuevas instituciones mediante una reforma del Estado y reglas de competencia claras para un régimen de partidos, poner en práctica el Estado de derecho y darle al ciudadano el lugar que le corresponde como actor y no como mero espectador de escándalos sucesivos. Y todo ello requiere un proyecto de nación que le dé sentido a la dirección del cambio social. También un liderazgo organizado que sea reconocido y refrendado en las urnas, que lleve a cabo el proyecto.

¿Hacia dónde vamos? Estamos en una disyuntiva: se construye una opción que componga el sistema político y eleve las condiciones de vida de las mayorías o la clase política entra en una crisis de credibilidad que sólo presagia malos augurios: la quiebra del país.

Para dignificar a la política se necesita alejarla, en la concepción arendtiana, del modelo de parentesco, de las proximidades y fraternidades, de lo privado. Esto es, regresarla a lo público, a su esencia plural, para que todos y cada uno de nosotros seamos alguien y no algo.

Esto supone acabar con las distancias que se han abierto cada día entre gobernantes que se enriquecen y gobernados que cada vez están más pobres. Este tránsito nuestro a la democracia se ha hecho bajo aquellos rasgos del autoritarismo que todavía nos persiguen.

Las crisis económicas, la corrupción y los engaños de la competencia política no han dado la posibilidad de crear una nueva cultura que genera vasos comunicantes entre el cuerpo político y la sociedad civil.; que libere las tensiones entre las viejas estructuras de ejercicio del poder y un régimen democrático verdadero, por una parte.

Por la otra, la inexistencia de nuevos valores políticos ha impedido construir un poder ciudadano autónomo que evite la impunidad de quienes usan el poder público para sus intereses o beneficios privados. Sin cultura, educación y moral no puede haber un régimen legítimo fincado en una ciudadanía plena.

Los mexicanos hemos vivido en el último lustro un quehacer político complejo y muy distinto a como ocurría en el régimen de partido de Estado. La sociedad ya no se conforma con que le digan que los enfrentamientos vistos son naturales en la democracia. No se traga el cuento. Su ganancia reciente es que ahora todos tenemos una opinión y estamos dispuestos a expresarla. No queremos más, como se dice en La silla del águila de Carlos Fuentes (Alfaguara, 2002), que “la política sea el arte de tragar sapos sin hacer gestos”.

Uno a uno observamos pasmados la descomposición del sistema político. Cada cual a su modo y con sus instrumentos a la mano trata de comprender lo que pasa. El rechazo a la elite política se generaliza y hay una toma de conciencia, por así decir, de los problemas presentes en el escenario nacional. Una mirada global a las encuestas publicadas o difundidas por los medios refleja algunos contenidos de lo que piensa la ciudadanía y su búsqueda de opciones.

Hay decepción de la forma como se está haciendo política. La mayoría de los entrevistados no conocen a sus representantes en las cámaras (no salen ni en la televisión) y considera que no debe haber reelección.

El nivel de aprobación del presidente ha caído de manera sistemática en los últimos tres trimestres y se percibe que las cosas que maneja se están saliendo de control. También, la mayoría de quienes han respondido a los cuestionarios se da cuenta de que no hay liderazgo, no cree en lo que dicen los políticos. En las respuestas las personas mencionan que los problemas más importantes del país son la crisis económica y la falta de empleos, pero sostienen que nadie dice hace algo por resolverlos. Decaen las expectativas año con año y emerge un ambiente propicio para el maniqueísmo y la manipulación, que les permitirá a algunos políticos, como señaló Pozas en un número pasado de campus MILENIO, prometer salir de la pobreza para que sigan viviendo de ésta.

La esfera de lo político puede quedar en el vacío ante una sociedad que la percibe con disgusto. Enfrentada esta última al dilema de no encontrar salidas y a la incertidumbre reclama que se hagan otros cambios.

¿Quién será capaz de ir más allá de la guerra verbal y presentar un proyecto de nación viable, que convenza y brinde cohesión en las próximas elecciones presidenciales? Por lo pronto, hago votos porque nuestra Universidad Nacional convoque a intelectuales y académicos para que reflexionen sobre cómo superar el actual estado de cosas y formulen propuestas por la democracia. Es la hora de la filosofía política y el momento en que la academia mexicana debe contribuir a profundizar en el análisis de esta situación que desestabiliza al país y argumentar a favor de los pactos necesarios para concluir la transición